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Un 'e-mail' al Congreso

Hace un par de años escribí a uno de los diputados al Congreso que yo había elegido mediante la cerradísima lista preparada por su partido. Era una diputada. La felicitaba efusivamente por un artículo que había publicado en prensa, donde manejaba el lenguaje con artes verdaderamente literarias, sin la torpeza habitual de los políticos cuando refunden sus ideas.Nunca recibí contestación. No puedo reprochárselo, porque entiendo que la vida de un diputado es abnegada. Pero mucho me temo que la cultura democrática de este país difiere demasiado de las saludables maneras anglosajonas. En los países del norte de Europa, los diputados no vienen revestidos por un aura divina. Somos nosotros, ciudadanos, los responsables de su puesto. Entre nosotros no se estila decir "mi diputado" o "mi senador", en democrática y saludable concordia de ideología, representatividad y circunscripción electoral.

De hecho me costó un poco escribir a la diputada, quizás porque tampoco estaba muy seguro de que ella se considerara "mi" diputada y creyera, en consecuencia, que le vinculaba a mi persona alguna obligación moral, alguna suerte de vago pacto político. Quizás mi diputada recibe tantas felicitaciones por sus artículos que ya ha desistido definitivamente de contestar a todas ellas. O quizás, en el laberinto de plenos, comisiones y subcomisiones, no encontró momento de escribirme. Quizás, sencillamente, le ocurre lo mismo cuando le escribe su jefe de partido o su jefe de grupo parlamentario o cualquiera de todos esos numerosísimos jefes que tienen los políticos. Sí, quizás sea esto último, seguro.

El que escribe echa de menos esa vinculación que sienten ciudadanos y parlamentarios en las democracias anglosajonas. Y uno sospecha que pocos a su alrededor perciben semejante carencia.

La democracia representativa sirve para representar, según es fama, pero la mayoría desistimos de entender esa realidad de forma física y palpable. La gente de este país no escribe a sus diputados, no ya para felicitarles, ni siquiera para plantear algún problema. Acaso esta realidad sea la demostración de un inquietante escepticismo ciudadano ante su ímprobo trabajo.

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