Perder a pulso ANTONIO ELORZA
La incertidumbre que preside las elecciones a celebrar el próximo día 12 puede sorprender a todo observador exterior que no haya seguido de cerca el último año de nuestra vida política. En el marco de una fase favorable del ciclo, la política económica dirigida por Rodrigo Rato ofrece un balance abiertamente positivo, apuntalado por la voluntad pactista de sus ministros de Trabajo, gracias a la cual ha alejado el espectro de la sucesión de huelgas generales que salpicaron los ocho últimos años de gestión socialista. El abrazo de Antonio Gutiérrez a Pimentel en la despedida de éste fue todo un símbolo. La economía crece a excelente ritmo, la gente adinerada ha disfrutado de unos años de oro y el paro disminuye. Allí donde más suele encallar un Gobierno conservador, tal vez por ese viento que sopla desde Europa, el Gabinete Aznar ha podido disipar los temores que suscitó su amarga victoria de 1996 y constituirse en ejemplo para otros partidos de la derecha europea.Sin embargo, es claro que no ha convencido del todo y que si ahora corre el riesgo de perder las elecciones es también por sobrados méritos propios. Aznar se ha esforzado por ofrecer una imagen de seguridad, pero lo que deja al descubierto es su inclinación a la prepotencia. Ésta le llevó a errores tan graves como el cumplimiento íntegro de los cuatro años de mandato, cuando si el presidente de Gobierno tiene la facultad de disolver las Cortes es, entre otras cosas, para que elija el momento más adecuado para someter a renovación sus poderes ante el electorado. Dejó pasar ocasiones en que prácticamente no tenía adversario a lo largo de 1999.
Esa misma prepotencia constituye la única explicación de que haya mantenido en sus puestos, de catástrofe de gestión en catástrofe de gestión, a ministros como Arias-Salgado, Abel Matutes, Isabel Tocino o Mariscal de Gante. El clamor de la opinión pública parecía traerle sin cuidado, y eso, lógica y justamente, se paga en votos. La sonrisa franca del portavoz Piqué cuando se le preguntó por la filtración inmediata del dictamen médico británico sobre Pinochet, riéndose literalmente de las reglas de juego democrático, fue un gesto tan inútil como revelador. Así, políticamente, la gestión de Aznar y sus colaboradores ha podido ser de centro-derecha; pero con demasiada frecuencia ofrecieron síntomas de ser antropológicamente reaccionarios. Ello de acuerdo con una política demasiado visible de concentración de poder económico privado al servicio del Gobierno y de utilización del mismo para el control de la comunicación.
La debilidad de la izquierda, tras el retiro a medias de González y gracias a la continuidad del maniqueísmo practicado por Anguita, pudo de este modo ser superada en gran parte con el buen resultado de las elecciones administrativas, y sobre todo a partir del anuncio de alguna forma de unión. Llevábamos tantos años desperdiciando votos con la historia del programa y de las dos orillas que el solo anuncio de una posible unidad de acción puso en marcha un proceso que, esperemos, puede ser imparable incluso si no es alcanzada la victoria el 12-M. Desde sus evidentes limitaciones, ambos líderes, Almunia y Frutos, han dibujado imágenes de candidatos complementarias entre sí. Los desgarramientos anteriores no han sido superados del todo, y especialmente gravitan sobre IU, aquejada aún del anquilosamiento ideológico que rezuma por todas partes, desde la incorporación de Marta Harnecker procedente del Parque Jurásico de los catecismos del verdadero marxismo al proyecto de federalización desde una especie de autodeterminación por comunidades (y olvidemos a Madrazo en Euskadi). No obstante, son residuos que se vinculan más bien al rechazo de fondo que sus componentes más sectarios manifiestan frente a la unidad de acción. Por lo general, Frutos encara la situación con frescura y buen sentido, como en ese discurso donde, tras centrarse todo el tiempo en las ventajas de la unidad, concluye advirtiendo que también voten a IU, "que, si no, me echan". Y tiene razón. Cabe soñar, ya que no esperar, en que a última hora tengan lugar desistimientos en algunas provincias donde IU nada saca y sus votos pueden decantar la situación. Así tendría ocasión Almunia de probar que sus promesas de gestión progresista y eficaz son algo más que palabras.
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