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Lo que se juega cada cual JOAN B. CULLA I CLARÀ

Sí, por supuesto, la contienda electoral del 12 de marzo posee una dimensión binaria, cuasi-presidencialista, del gran final Aznar-Almunia por el inquilinato de La Moncloa para los próximos cuatro años. Pero, además de estas cualidades coperas -que se escenifican, naturalmente, en Madrid-, los próximos comicios generales tienen también mucho de torneo de Liga, en el que múltiples equipos luchan por un lugar en la Champions League (la llave de la mayoría absoluta), o por un puesto de UEFA (poseer grupo parlamentario propio), o sólo por conservar la categoría y evitar el descenso al pozo del extraparlamentarismo. Y, aunque esta competición es única y de ámbito estatal, su desarrollo plantea a los actores del subsistema político catalán expectativas y retos específicos, a cuyo análisis quisiera dedicar estos folios justo el día en que la campaña atraviesa su ecuador.Procediendo en orden creciente, y apurando los símiles futbolísticos, podría decirse que Iniciativa per Catalunya-Verds se enfrenta, el 12-M, a un crucial partido de promoción tras una severa crisis de resultados. La que le disputa el lugar en la división de honor -la de las fuerzas con escaño en el Congreso- es Esquerra Unida i Alternativa, y las bazas están repartidas. El equipo que preside Rafael Ribó tiene a su favor el pedigrí de la marca, la notoriedad y la buena imagen de Joan Saura, y también la exclusión mediática de sus rivales directos. Sin embargo, está por ver si, como sucedió en las autonómicas de octubre, la coalición parcial con el PSC -esta vez, para el Senado- no espolea un síndrome de voto útil que desbande al electorado ecosocialista. Además, y como consecuencia del acuerdo PSOE-IU, la lista de EUiA que encabeza Rosa Maria Cañadell ha ganado credibilidad y solvencia ante los votantes de izquierdas: ya no es la de los demonizados anguitistas de la pinza, sino la de los respetados frutistas, los socios de Almunia en la batalla contra la derecha.

Por el contrario, Esquerra Republicana afronta el 12 de marzo sin competidores inmediatos; mejor aún, con los restos del PI recién ingresados en Convergència, como una rúbrica póstuma sobre quién tenía la razón en la crisis de 1996. El impetuoso Joan Puigcercós quisiera convertir a ERC en el equipo revelación de este campeonato, pero podrá darse por satisfecho si revalida con holgura el escaño que Pilar Rahola recuperó en 1993 y mantuvo en 1996. Porque, si bien los republicanos conservan el impulso al alza que les dieron los resultados del año pasado, en unas generales juegan fuera de casa -nadie los imagina siendo determinantes en Madrid- y, además, se desconocen los efectos de la Entesa senatorial con el PSC. ¿La percibirán sus electores como una ratificación o como una transgresión de la famosa equidistancia?

Muy otro es el caso del Partido Popular, que disputará el próximo match electoral en terreno propio y con el equipo arbitral -léase Radiotelevisión Española, Centro de Investigaciones Sociológicas y tantas otras ramas de la frondosa Administración del Estado- descaradamente a su favor. En estas condiciones, ¿qué desafíos particulares afronta el PP catalán? Ante todo, el de aportar el mayor número de escaños posible a la reválida presidencial de José María Aznar; permanecer en los ocho diputados de las dos últimas legislaturas sería un fracaso tan rotundo como improbable. ¿Gracias al efecto Piqué, es decir, a un ensanchamiento de la representatividad sociocultural del partido en Cataluña? Más bien gracias al efecto BOE, o sea, al seductor encanto que poseen quienes manejan la máquina del Estado, y en especial esas palancas llamadas fiscalidad, créditos, subvenciones, obra pública, legislación laboral, etcétera. Con tales atributos, el éxito del PP en ciertos ambientes está asegurado.

Tal vez temiendo verse erosionada por el efecto BOE, Convergència i Unió ha reaccionado muy -demasiado- a la defensiva. Me refiero al énfasis puesto en el tema del pacto fiscal, o al seguidismo en la subasta de rebajas de impuestos. Me refiero a una candidatura que parece concebida más para agradar a la selecta y descreída tribuna empresarial que para motivar a la sufrida grada mesocrática y nacionalista, esa gran masa social que sostiene al club. Novel en estas lides, Xavier Trias se está revelando como un buen cabeza de lista; es hábil, tranquilo, inspira confianza y tiene sentido del humor, pero, ¿logrará mantener los resultados de cuatro años atrás o, en todo caso, un número de escaños que sea aritméticamente decisivo en el Congreso? Conseguirlo inyectaría una gran dosis de optimismo al futuro convergente, suavizaría la transición hacia el pospujulismo y tal vez hasta convertiría a Trias en una pieza clave de dicha transición. Un descalabro desataría las tensiones y afilaría los cuchillos en el partido y en la coalición.

En fin, tenemos el prodigioso caso de los socialistas catalanes. Prodigioso porque, con unas listas que son hijas genuinas del aparato, sin aperturas, ni independientes, ni zarandajas, y encabezados por el incombustible Serra con el combustionado Borrell, todo les augura un excelente resultado y la satisfacción de que, sea cual sea la suerte de Almunia, ellos habrán cumplido con creces. El único y paradójico riesgo que acecha al PSC, con el horizonte congresual en ciernes, es el de una victoria demasiado rotunda. Porque si, en estas condiciones de gris ortodoxia partidaria, el PSC barre el 12 de marzo, ¿para qué diablos queremos -pueden preguntarse los apparatchniks ("la infantería", según Borrell)- todas las plataformas y transversalidades y otras rarezas de Maragall, que nos dejaron con la miel en los labios el pasado octubre?

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