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Socialismo 'tupperware' FÉLIX BAYÓN

Los socialistas andaluces llevan unas cuantas semanas que están de lo más schumpeterianos. En cuanto te ven algo viajado, escorado a la izquierda y con pinta de tener al menos un trienio como internauta, te invitan de inmediato a un foro de emprendedores. Es exótico predicar la iniciativa en Andalucía, en donde el jefe de la patronal tiene un negocio de escasísimo riesgo -es boticario- y el segundo financiero en importancia es canónigo catedralicio.El martes por la noche, en una vieja bodega jerezana convertida en restaurante, comprendí, por fin, la causa de esta fiebre. Allí, Felipe González anunciaba su proyecto Andalucía emprende, que piensa estrenar en cuanto pasen las elecciones. Era una de las muchas cenas que González viene celebrando últimamente en la región. El público de estas cenas suele ser notablemente más joven que el de los mítines. En Jerez había empresarios más o menos pequeños, sindicalistas, organizaciones no gubernamentales de todo tipo y, poniendo la nota de color local, gente del flamenco y bodegueros.

A la gente del flamenco se les descubría de inmediato por el pelo-echao-patrás. A los bodegueros, por esa manera tan especial y pausada que tienen de beber jerez -metiendo antes la nariz en el catavino y sujetándolo por el tallo con el índice y el pulgar- y, por supuesto, por ese aspecto tan british. Había un par de ellos con tan lustrosos bigotes que parecían coroneles de granaderos y no costaba ningún trabajo imaginarlos vestidos con falditas escocesas.

El rito de estas reuniones obliga a que cada comensal pague lo suyo. En Jerez eran 2.000, que daban derecho a unas tapas frías y a vino de la tierra. La Prensa, de gorra, pero sin derecho a croquetas.

Otro de los ritos consiste en que, al comienzo, se reparten unas tarjetas en las que se escriben las preguntas a González. Ayer, muchos las aprovecharon para pedirle autógrafos a él y a su mujer, Carmen Romero. Hubo un momento en que aquello parecía una boda. Finalmente, González logró comenzar a hablar sin que nadie se atreviera a cortarle la corbata.

Carmen Romero, diputada por la provincia de Cádiz, le presentó y animó a los socialistas a convertirse en agentes electorales y a organizar otras reuniones como ésa. Algo así como esas meriendas que en los países anglosajones se usan por igual para pedir votos o vender esas tarteritas de plástico que se llaman tupperware.

Durante más de dos horas, González fue haciendo un discurso lleno de meandros, muy al modo andaluz, salpicado de historias. Lo mismo contaba un encuentro con un camarero puertorriqueño en Nueva York que confesaba la pena que le daba el calvario que está pasando su amigo Kohl o declaraba ser feliz: "Si soy feliz", dijo, "es porque tengo autonomía personal". Tampoco faltó algún pellizquito electoral -"mis compañeros de pupitre se quejan de que no les ha servido de nada estar conmigo en el Claret"- y una ruda autocrítica: "Hacer el referéndum de la OTAN fue un desastre".

Este prolegómeno de las reuniones tupperware tenía implícito una crítica al actual sistema de organización de los partidos en general y del socialista en concreto: se declaró partidario de las listas abiertas para que los candidatos tengan que ganarse su puesto a pulso; criticó implícitamente lo caro que resultan las campañas; no pareció muy entusiasmado ya con el sistema de primarias, y proclamó la necesidad de solucionar los "problemas organizacionales", expresión ésta que no sé si es apropiada, pero que, en cualquier caso, acaba de volver loco al corrector ortográfico del tratamiento de texto con el que estoy escribiendo este artículo.

Fue, en fin, el nacimiento del socialismo tupperware.

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