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Schindler

Félix de Azúa

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En el patio del campo de concentración y sentado en un taburete de palo, el teniente de la Gestapo limpia su pistola. A su lado Schindler se despereza y comenta sonriente lo muy soleada y agradable que está la mañana. Schindler es un oportunista sin mala conciencia cuyos negocios le han conducido hasta el campo de concentración donde se gana un dinero con la intendencia. Aunque todos los días ve a los prisioneros y sabe que han sido condenados por no pertenecer a la raza aria, eso no va con él. Son problemas de los judíos, no suyos.El teniente acaba de limpiar su pistola y comprueba el punto de mira guiñando un ojo. En ese momento acierta a pasar un recluso empujando una carretilla. El teniente le ordena que se acerque. Tras un titubeo, el preso avanza hacia el teniente. Entonces el teniente le apunta con su pistola y lo derriba de un tiro en la frente. "Está bien", comenta. Guarda su pistola en la cartuchera y añade, "sí, un día estupendo".

Schindler se queda paralizado en la silla con el cadáver a sus pies. Lo que acaba de suceder no le horroriza moralmente (él es un hombre práctico y un buen católico) pero comprende que con gente así todos están condenados a muerte, él incluido. No sólo los judíos y los gitanos, sino cualquiera que se les ponga a tiro. Comprende que aunque se justifiquen con lemas políticos como la defensa de la nación o la pureza de la etnia, los nazis carecen de ideas, son sólo una fuerza zoológica. Por eso no usan el lenguaje ni pueden razonar.

A partir de aquel asesinato, Schindler comienza a hacer méritos para no verse arrastrado por el inevitable desastre nazi. Ve con meridiana claridad que aquellos bárbaros no pueden ganar jamás nada, ni siquiera metiendo a todo un país en el campo de concentración. Y que tampoco se proponen seriamente ganar, sino continuar sacando provecho del terror. Por eso Schindler, que no es un ideólogo y ni siquiera una persona medianamente honesta, comienza a ayudar a los judíos. No quiere que le condenen como socio de los nazis cuando llegue la hora final. Porque esa hora llegará indefectiblemente.

Recordé la escena tras leer que Arzalluz había llamado "agentes del Cesid" a las víctimas de los nazis vascos.

Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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