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Tribuna:Elecciones 2000
Tribuna
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Por última vez MIGUEL ÁNGEL AGUILAR

En medio de tanta confusión, de tantos ruidos en el sistema, al menos algo está meridianamente claro: en las elecciones del próximo 12 de marzo van a enfrentarse por última vez los candidatos del PP, José María Aznar, y del PSOE, Joaquín Almunia. Si José María Aznar obtuviera el triunfo quedaría excluido de una nueva candidatura a la que ha renunciado por adelantado con reiteración. Pero si careciera de la mayoría parlamentaria precisa para su investidura o le fueran rehusados los apoyos complementarios que CiU parece haberle ofrecido, le veríamos pasar por la sede de Génova para presentar su dimisión, con taxi concertado en la puerta en caso de necesidad de proceder a despedidas a lo Pimentel ante quien corresponda. En cuanto a Joaquín Almunia, es tan evidente que si ganara perdería de vista a su actual rival como dudoso que quisiera consumir un segundo turno si el resultado de la actual competición le resultara fallido. En este caso sólo mantendría su consistencia como líder de la oposición si al menos alcanzara tras el escrutinio una situación como la de Pasqual Maragall, es decir, si obtuviera más voto popular que su adversario aunque la ley D'Hont le dejara con menor número de escaños.Mientras tanto, en los mítines siguen las rebajas de primavera, salvo en el ramo de los carburantes y en otros también caracterizados por la imposición indirecta. Se anuncia que millones y millones de ciudadanos dejarán de estar obligados a presentar la declaración sobre la renta. Se pierde así otro de los orgullos de la recién ganada ciudadanía, que inauguramos con la reforma fiscal de Francisco Fernández Ordóñez en su época de ministro de Hacienda de la UCD con Adolfo Suárez en la presidencia del Gobierno. Aún recuerdo la satisfacción estrenada de las clases más modestas al sentirse como contribuyentes en condiciones de exigir unos servicios que pagaban con sus impuestos. Ahora, según dicen las estadísticas, retrocede el cumplimiento del precepto dominical, acaba de desaparecer el servicio militar obligatorio y nos anuncian que se elimina el deber de presentar la declaración de la renta. Medidas que podrán parecer muy electoralistas pero que desde una perspectiva más consistente sólo pueden verse como favorecedoras de la creciente disolución social que nos invade.

En la pista de este circuito quedan al fin desactivados los restos del catolicismo tradicional tridentino según el cual los españoles venían sospechando desde hace siglos del enriquecimiento si resultaba de propios afanes y sólo aceptaban su legitimidad si la fortuna sobrevenía por herencia natural inesquivable. Pero bajo la nueva óptica calvinista, que entre nosotros tanto contribuyó a expandir Laureano López Rodó y demás compañeros de la larga marcha, quienes escalan la riqueza dejan de ser vistos como gentes con escasas probabilidades de salvación eterna y pasan a engrosar la orden del mérito por haber puesto en rendimiento sus talentos. A estos triunfadores se les aplica el efecto Mateo según el cual al que tiene se le dará y al que no tiene, aún aquello que no tiene le será quitado. La prosperidad en este mudo de los compañeros de pupitre pasa además a ser signo de predestinación para el otro y según se avanza en esa escala de las stock options se van ocupando posiciones de mayor cercanía a la diestra de Dios Padre cuando llegue su momento. Pero si la riqueza es meritoria habrá que convenir también en que la pobreza es culpable y la nueva funcionalidad impulsa la supresión de las nuevas versiones de la sopa boba en forma de prestaciones del Estado del bienestar que adormecen el ingenio, fomentan la gandulería y disminuyen la productividad con detrimento para la competencia del sistema. Otra cosa es que luego resulte que todo cuanto deja de invertirse en protección social tenga que multiplicarse en vallas electrificadas y policías públicas o privadas para tener a raya a los indigentes que aparecen en los márgenes y se muestran disconformes. Quién nos iba a decir que Michel Camdessus concluiría su mandato en el FMI como un profeta.

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