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La candidatura de Jack Lang a la alcaldía de París debilita las opciones de la derecha La batalla por el control de la capital amenaza con acabar con el 'sistema Chirac'

La batalla por la alcaldía de París ha adquirido una dimensión nacional con la entrada en liza del ex ministro de Cultura Jack Lang, uno de los personajes políticos más populares del país. Lang anunció el jueves su candidatura en el último momento, 24 horas antes de que se cerrara el plazo establecido por el Partido Socialista. La candidatura del actual alcalde de Blois fuerza a la derecha a presentar a un verdadero campeón si quiere impedir que la izquierda plural triunfante se apodere también de la capital francesa, hoy en manos de un desacreditado Jean Tiberi.

A un año de la renovación del Gobierno municipal -las elecciones están previstas para marzo de 2001-, el duelo que se perfila en la arena municipal parisiense enfrenta a Jack Lang con el ex ministro y ex secretario general del gaullista RPR, Philippe Séguin, si bien ni uno ni otro disponen todavía del aval definitivo de sus partidos. El primero se la juega el próximo 30 de marzo ante los militantes socialistas de la capital, que deben optar entre este hombre dinámico y eficaz, modelo perfecto de la llamada gauche caviar (gente guapa) y definido como "el candidato perpetuo a la academia de las grandes ambiciones", y el más serio y muy trabajador Bertrand Delanoë. Éste tiene a su favor el conocimiento de los problemas reales de la ciudad, pero carece de popularidad. Y presenta un hándicap que puede ser una ventaja: ha reconocido públicamente su homosexualidad.

En el caso de Philippe Séguin, líder de los gaullistas contrarios a Maastricht, y por extensión en el RPR, las dificultades llevan el nombre de Jean Tiberi. Convertido en el chivo expiatorio de las corruptelas instauradas en el pasado por su partido -alquiler reducido de viviendas públicas a familiares y correligionarios, comisiones ilegales, empleos ficticios...-, el actual alcalde no está nada dispuesto a ser desalojado por sus compañeros de partido y está decidido a luchar hasta el final, a pactar incluso con el diablo si la situación lo requiere.

Su actual estrategia defensiva se sitúa a medio camino entre la aparente ignorancia de los verdaderos propósitos de sus correligionarios y la exigencia de condiciones que sabe imposibles de cumplir. "Philippe Séguin es mi amigo y no creo, no, que vaya a hacerme esta jugada" (...) "yo he ayudado mucho a Jacques Chirac en su carrera, él me dice siempre que aprecia mi trabajo y mi honestidad" (...) "sólo renunciaré a la reelección si los militantes del RPR lo deciden democráticamente, en votación secreta, como hacen los socialistas", dice.

Financiación ilegal

La fuerza de Jean Tiberi no descansa, obviamente, en las encuestas de popularidad, ruinosas para él (las últimas le dan tan sólo un 12%); tampoco en su círculo de adeptos, un erial en realidad, ni en el balance municipal que aventa una y otra vez y que cae generalmente en saco roto. Testigo privilegiado y actor de primera fila en el sistema de financiación ilegal creado durante la etapa de su predecesor (1977-1995), el presidente Jacques Chirac, que ahora investigan los jueces, Jean Tiberi tiene en su memoria, y quizás también en algún otro soporte más tangible, un verdadero capital. Su poder es, pues, sumamente destructor.

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No puede ganar, salvo que sus teóricos amigos asuman el riesgo de suicidarse con él, pero podría, quizás, hundir a los mascarones de proa de su partido. "Estos salones de la alcaldía están muy poco iluminados, siempre los hemos mantenido así por aquello de conservarlos en su estado original. ¿No creen ustedes que deberíamos poner mucha más luz aquí?", afirma, con la mirada clavada en los espléndidos techos de las no menos espléndidas y diáfanas estancias de un Ayuntamiento que cuenta con más de 35.000 funcionarios y un presupuesto de 24.500 millones de francos (unos 613.000 millones de pesetas), superior al de varios ministerios.

La caída de París tendría un efecto doblemente catastrófico sobre el conjunto del arco conservador y, particularmente, sobre el líder natural de la derecha, el presidente de la República, Jacques Chirac. Desde la creación de la alcaldía de la capital francesa en 1977 -hasta esa fecha, únicamente existían alcaldes de los 20 distritos-, París ha sido patrimonio exclusivo de Chirac y del chiraquismo, corriente y sistema en el que se incribe, por delegación, el actual regidor. A la carga simbólica y efectiva que conllevaría la pérdida de la capital, Chirac sumaría el efecto devastador de la derrota en unas elecciones que suponen una auténtica primera vuelta antes de los comicios presidenciales, que se celebrarán al año siguiente, el 2002.

El universo chiraquiano, tan vasto hace sólo tres años, quedaría así reducido a la pelea desesperada por conservar El Elíseo de un hombre popular, según los sondeos, pero carente de la confianza de la derecha. Tras el desalojo del Gobierno, provocado por la precipitada convocatoria electoral de Chirac de la primavera de 1997, la derrota de París podría muy bien abrir la tumba del chiraquismo como presagio del entierro político de Jacques Chirac.

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