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Tribuna:MONEDA AL AIRE - JULIO CÉSAR IGLESIAS
Tribuna
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R&R

Escoltados por una marabunta de fisgones, reporteros y buscadores de entradas, con la mirada puesta en la consulta del traumatólogo y en el horario de vuelos, Del Bosque y Van Gaal han esperado hasta el último minuto a Rivaldo y Raúl.La ansiedad era comprensible: para una mayoría de seguidores y críticos, Rivaldo y Raúl no son simplemente los más brillantes artistas en el reparto del derby, sino la representación del último recurso; una especie de delegación de la Providencia. Cuando el partido avanza y los equipos se descomponen por el vértigo de la tensión, ahí estarían uno y otro buscando la salida imprevisible. Difícilmente se podría señalar a otros dos deportistas separados por tantas diferencias y sin embargo unidos por tantas afinidades.

En primer lugar, ambos representan el carisma de los zurdos. Comparten el temperamento reservado y la visión invertida; son, como ya se ha dicho, tipos que interpretan la vida al revés, quizá porque pueden observarla desde el otro lado del espejo. En el fondo parecen dos infiltrados del país de nunca jamás: después de descifrar el mundo de los diestros se empeñan en conducir por la izquierda. Para redondear el cuadro, en ellos se cumple el proverbio deportivo según el cual no hay zurdo malo.

Además ambos se mueven de la misma forma sobre la hierba: van y vienen descolgando las caderas, según el inconfundible paso del marchador. En ese porte desgarbado se vislumbra la antigua leyenda que relacionaba a todos los futbolistas chuecos, como Garrincha, con un oscuro pasado de arrabal en el que coincidirían un crecimiento prematuro y algún problema de malnutrición. Pero tienen varias otras semejanzas; por ejemplo, su impulso de libertad: como se sabe, prefieren salirse de la formación, irrumpir por sorpresa en los claros del dibujo y, abracadabra, resolver el partido en un golpe de mano. Ahí terminan las similitudes; todo lo demás es puro contraste.

Así, Rivaldo domina las habilidades de orden superior que distinguen a los futbolistas especiales. La lógica le es tan ajena como la contabilidad; a él sólo le atrae forzar las órdenes, las leyes y los límites. Su repertorio está en conflicto con la prudencia, y sus travesuras preferidas son perfectamente desaconsejables a cualquier aprendiz sensato. Según rumores, la rabona, la trivela, la cola de vaca, la folha seca y demás exquisiteces tropicales que practica con asiduidad pueden conducir a luxaciones, distensiones, contracturas y a otras pesadillas de la fisioterapia. Pero sobre todo el registro de Rivaldo es una suma de efectos ópticos. Parece que va a salir por aquí, y se va por allá; parece que ha mandado el balón a la base del poste, y resulta que al final vira hacia la escuadra.

Raúl, en cambio, prefiere la fábrica al Olimpo. Sólo tira de magia en situaciones de extrema necesidad y está aquejado por el síndrome de la urraca: quiere arramblar con todas las copas. Tampoco se incomoda con las órdenes: desfila junto a los demás y no rehúye las tareas de limpieza y aprovisionamiento. Ahora bien, si los poderes del equipo no bastan para decidir, cambia la guerrera por el uniforme de gala, y en vez de marcar el paso se aplica a marcar la diferencia.

Aunque nunca logremos saber quién de los dos es el más grande, al menos podemos tener dos intuiciones: la de que Rivaldo conseguirá el gol del siglo, y la de que, cuando esté celebrándolo, Raúl bajará la cabeza y se escabullirá entre líneas como de costumbre.

Naturalmente lo hará con la perversa intención de birlarle el partido, el título y el amuleto. Faltaría más.

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