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Los asesinos y el PNV

Hay muertes que no pasan de la frialdad estadística y otras que retumban en las entrañas de la inmensa mayoría, que sacuden a una sociedad entera. La de Fernando Buesa, vilmente asesinado el pasado martes, es una de las que han producido mayor impacto en España. Cataluña no se ha quedado atrás en la reacción. Por tratarse de un ex vicepresidente, por el momento electoral en el que se produce, porque significa, después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, la siguiente cima en la escalada del terror, alcanzada esta vez con el prólogo de Madrid y la bomba de Vitoria, en el corazón del poder del autogobierno vasco. Una tremenda sacudida. Fernando Buesa y su escolta quedarán en nuestra memoria. No se sabe cuáles, pero sí está claro que esas dos muertes traerán consecuencias. Esperemos que sea en la buena dirección.ETA ha causado un gran dolor, pero también un incremento de la determinación en las gentes de toda la geografía española. Con una excepción. Al dolor de los responsables del PNV, que sin duda lo sienten, no puede unirse determinación alguna. Al contrario. Las mentes retorcidas de los asesinos sitúan al PNV más lejos del resto de los demócratas. "O con ellos o con nosotros", dice ETA. Ellos son todos los demás, españolistas, no nacionalistas, vasquistas, también los nacionalistas gallegos y catalanes. El nosotros representa la vía fascista del nacionalismo. Para los asesinos no hay medias tintas. Para el PNV, cada vez menos.

Ser demócrata significa aceptar de antemano que se puede perder, sabiendo que la minoría a la que uno pertenece no quedará en la cuneta, del mismo modo que ganar conlleva el respeto a las minorías, entendiendo incluso al individuo como una minoría, real o potencial. El PNV ha sido y sigue siendo sin duda un partido demócrata. Aunque muchos se resistieran a admitirlo, su alianza con los restos de una maltrecha y arrinconada banda terrorista podía entenderse como una contribución a la paz, según el razonamiento siguiente, de sobras conocido: a la persecución policial, judicial y a la cada vez más enérgica condena social, se añadió en Lizarra una oferta política, consistente en la aceptación de los objetivos de la banda por parte del PNV y EA con la única y tajante condición de que callaran las armas. Pues bien, las armas hablaron en Madrid y sólo IU obró en consecuencia. Ahora han retumbado en Vitoria. Y antes incluso del entierro de las víctimas, el portavoz del partido ha puesto de manifiesto que para su partido no hay otra vía. El PNV seguirá unido a ETA aunque ETA mate. De ahí surge una pregunta que muchos dirigentes del PNV se están haciendo. ¿Se puede ser demócrata e ir del brazo de no demócratas? En todo caso, y por lo menos, no se puede proclamar uno demócrata intachable. El centenario PNV entra en el nuevo siglo como un partido bajo sospecha. El Gobierno vasco ha roto los acuerdos con EH. El Parlamento vasco ha condenado el asesinato con unanimidad de los demócratas, aislando en la Cámara al brazo político de los terroristas. Pero al no haberse movido el PNV de su estrategia, corre un muy serio riesgo de convertirse en el extremo con tintes democráticos de este mismo brazo. De hecho, ha actuado en esta ocasión como si lo fuera. Son los nacionalistas democráticos los primeros que tienen el deber de denunciarlo.

Los partidarios del terror están más lejos que nunca de sus objetivos, si atendemos a la determinación democrática de no ceder, de impulsar todos los mecanismos legales y psicológicos para arrinconarles; pero sí están consiguiendo algo hasta hace poco impensable: llevar la iniciativa y arrastrar al PNV. El enganche de Lizarra pretendía remolcar a los violentos hacia las reglas del juego democrático. Ha ocurrido exactamente lo contrario y ETA tira peligrosamente del PNV de vuelta hacia los peores episodios de la violencia asesina, con la diferencia de que ahora no está sola. Lo sensato por parte del PNV sería reconocer el error y desenganchar. A la vista de las primeras reacciones, es improbable que lo haga, por lo menos mientras no encuentre una alternativa distinta a la actual, convertirse en remolque de la estrategia opuesta, que incluye en el objetivo de acabar con ETA el de debilitar seriamente al propio nacionalismo vasco.

¿Precisa el terrorismo de una salida política? Nunca la tendrá mejor que la ofrecida por los nacionalistas demócratas e Izquierda Unida en Lizarra-Garasi. Casi parecía un milagro. En el peor momento de su sangrienta historia, cuando más acorralados y perseguidos se encontraban, los nacionalistas democráticos, que hasta entonces habían contribuido a hundirles, acudieron en su ayuda, les tendieron una mano salvadora, y prometieron trabajar unidos para la independencia y la reunificación territorial. ¿Cuál es el resultado? Cuando tienen la mano del PNV bien asida, en vez de salir del lodo, tiran de ella hacia su ciénaga. ETA no quiere otro final que la derrota policial o el triunfo de sus tesis conducido a su modo, que es el de una espantosa combinación de terror y votos cautivos. En estas circunstancias, lo mejor que le podría pasar al PNV es que la triple presión social, judicial y policial dejara a ETA otra vez al borde de la extinción. Así podrían disimular sus dirigentes el demoledor fracaso de la estrategia de Lizarra.

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