_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Por la democracia

Antonio Elorza

El asesinato ayer de Fernando Buesa, un hombre cordial e inteligente a quien tuve la satisfacción de conocer, vuelve a plantear con toda su crudeza el tema del significado político de ETA. Los meses de tregua trajeron consigo una considerable dosis de confusión, con muchas gentes afectadas de una nueva versión del síndrome de Estocolmo, insistiendo en que la banda tenía un real deseo de paz que "el inmovilismo" del Gobierno vino a arruinar. Los partidos del Pacto de Lizarra compitieron a la hora de repetir este lugar común, al que añadían un planteamiento del tema de la paz cuyo contenido político, en forma de objetivo soberanista o de independencia, venía sin decirlo a reforzar los objetivos políticos de la organización terrorista. Pero no fueron los únicos en repetir la idea de que la exigencia de autodeterminación era en las circunstancias actuales una propuesta democrática, que la territorialidad de Euskal Herria del Ebro a Bayona constituía un objetivo razonable y que la negociación para alcanzar los anterior "superando" (sic) la Constitución y el Estatuto representaba una salida del "contencioso" tan plausible que sólo podían negarse a ella los afectados de una intransigencia incurable o, lo que es peor, de un anacrónico sentimiento nacionalista español.No hubo otro remedio que releer cuidadosamente los documentos del periodo para comprobar contra tales falsas evidencias que había sido ETA la que había formulado primero unas bases para la negociación que eran simples cláusulas de rendición, luego quien rompió los contactos con el Gobierno como premisa para la vuelta al terror, y que los textos políticos adoptados tanto por EH como por el PNV no configuraban los supuestos de un debate democrático sobre Euskadi, sino las premisas de una independencia a alcanzar por encima de la voluntad de los ciudadanos vascos. A partir de tales planteamientos, el regreso de la muerte estaba servido.

Tal y como plantea ETA el futuro de Euskadi, el terror y la violencia son instrumentos imprescindibles al servicio de la acción política independentista. ¿Cómo va a conquistar por los votos en situación de normalidad a Navarra, Álava o el País Vasco francés?, ¿cómo va a imponer la propia idea de independencia en lo que es hoy Comunidad Autónoma Vasca si tal objetivo sólo logra las preferencias de un tercio escaso de la población?, ¿cómo va a imponer una sociedad euskaldún depurada al modo sabiniano de todo componente español? El asesinato de un representante de la democracia como Fernando Buesa, al igual que sucediera antes con Francisco Tomás y Valiente, adquiere así pleno sentido. Es la misma lógica que exhiben otros nacionalismos parafascistas en la Europa de hoy, el de Le Pen en Francia o el de Haider en Austria, una búsqueda de la nación depurada de todas las contaminaciones extrañas, liberada por la acción del "pueblo" -la masa violenta dirigida por una minoría de reaccionarios- de la conjura de unas fuerzas del mal cuya existencia ampara y promueve la democracia. Sólo que ETA y sus seguidores, además de sostener tales ideas, las apoyan con el ejercicio del crimen político y de la intimidación a todos los niveles. No es cuestión de nacionalismo vasco o de antinacionalismo, sino de antidemocracia.

En la fórmula sabiniana, que hoy ETA protagoniza, y que insensatamente respaldan los partidos nacionalistas democráticos, el nacionalismo se convierte en una religión política de la violencia. Cosa lógica si pensamos en que el fundador de la doctrina, Sabino Arana, ocupa un lugar de privilegio entre los pensadores europeos que anuncian la venida del nacionalsocialismo. Hablan de "construcción nacional", pero más allá de la imposición del euskera nada hay de eso en unos planteamientos cuyo único soporte firme es el odio visceral a España, en nombre de una Euskal Herria imaginada cuyos rasgos han sido tomados de unas imágenes ruralizantes de cartón piedra, al son del txistu y de la txalaparta. ¡Todavía en el último proyecto de Euskal Herritarrok se invoca la victoria de Roncesvalles/ Orreaga sobre Carlomagno! Siempre la lucha de unos guerreros heroicos, aunque ahora los medios empleados sean tan viles como el coche-bomba o el tiro en la nuca.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

El hecho de que disfruten de un soporte social, ahora puesto relativamente en sordina por Euskal Herritarrok, no debe alterar el juicio. Una mayoría de nazis es una mayoría de nazis, no una mayoría democrática. En contra de lo que declaran Ibarretxe o Arzalluz, cabe afirmar que no existen hoy condiciones para una vida democrática en Euskadi. El terror, las agresiones y la extorsión desmienten trágicamente los planteamientos de un PNV y de un Gobierno vasco atrapados por una equivocación que nadie les va a reprochar si rectifican, pero que merece la más rotunda de las condenas de insistir en la delirante actitud de condenar a las víctimas y seguir aliados de quienes son el brazo político de los verdugos. Otegi tuvo la virtud de dejar las cosas claras con su "gora" a ETA en la manifestación de diciembre o con la calificación, finamente castrista, de "gusanos" a los defensores de la paz que piden el fin de ETA. No sólo él y EH se niegan a solicitar el fin del terror de ETA, sino que descalifican a quienes proponen tal cosa. A los partidarios de la paz va dedicada la manifestación del sábado "contra el fascismo español y por la democracia vasca". Por no citar la inscripción de Auschwitz, estamos ante un remake de Los asesinos acusan. La grandeza de la democracia consiste en permitir que las libertades de asociación, expresión y manifestación sean aprovechadas como lo hace la constelación ETA. Pero esa misma democracia exige una rotunda oposición a quienes de forma tan explícita respaldan el terror.

Y a quienes bajo una etiqueta democrática hacen prevalecer una concepción estrecha y miserable del nacionalismo sobre el respeto que merecen los derechos humanos. Surgen entonces preguntas bien claras a formular a los señores Arzalluz e Ibarretxe: ¿quién hace victimismo?, ¿quién se lanza contra los que se oponen al terror?, ¿quién organiza las contramanifestaciones?, ¿a quién obedecen los jóvenes que queman casas y automóviles? Es evidente que ni el Gobierno vasco ni la dirección del PNV son fascistas, pero en la historia del siglo XX resulta de sobra conocido el papel desempeñado por aquellos que tuvieron poder para frenar la violencia fascista y contribuyeron pasivamente al imperio de sus crímenes. Desde el asalto protegido a la librería Lagun, que tanto les irritó por su propia mala conciencia, hasta el blindaje de la alianza con EH, la bola de nieve de la complicidad no ha hecho más que crecer.

El infame asesinato de Fernando Buesa y de su escolta debería servir como punto de inflexión para que las cosas cambiasen. Para ello Arzalluz tendría que reconocer que no hay una divisoria real entre nacionalistas y no nacionalistas, sino entre quienes adoptan el grito de ¡viva la muerte! y los que lo rechazan desde la democracia. Lo he escrito alguna vez: se puede ser alemán como lo fue Willy Brandt, o como lo fue Goebbels, o como lo fue Von Papen. La elección racional para un vasco no ha de ser difícil.

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_