_
_
_
_

La biblia del 'establishment'

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Helen Alexander, consejera delegada del grupo The Economist, pertenece a ese escaso 2% de mujeres al frente de las principales empresas británicas. Heredó el puesto de Marjorie Scardino, jefe supremo del grupo Pearson (propietario del 50% de The Economist) en enero de 1997 y desde entonces no han dejado de crecer los beneficios, a un ritmo del 5% anual, y la circulación de la revista, unos 700.000 ejemplares en todo el mundo.Pero la importancia de The Economist no está en las cifras, sino en su influencia entre la élite mundial: presidentes de Gobierno, ministros, altos ejecutivos y creadores de opinión leen semanalmente esta biblia del liberalismo económico fundada en 1843. "The Economist fue fundada para promover el libre comercio dentro del Reino Unido y la marca UK en el mercado mundial. Siempre ha sido antiproteccionista", afirma Helen Alexander, que se unió al grupo en 1984.

Cuentan que cuando un periodista se incorpora a la Redacción de The Economist recibe este consejo de sus jefes: "Enciérrate en esa habitación y escribe imaginándote que eres Dios". Alexander, que no es periodista, explica la fórmula: "Hay dos cosas importantes: el estilo y la sustancia. Claridad de lenguaje indica claridad de pensamiento. Si tienes esto puedes resumir y luego añadirle ingenio y humor. Por otro lado, está la sustancia, porque tienes que conocer bien un tema, ser lo suficientemente experto para tener una opinión seria e interesante".

Pero ser Dios tiene un precio: el anonimato. Absolutamente nadie firma un artículo en The Economist. "Los temas se discuten ferozmente en reuniones editoriales, en pasillos, en bares y restaurantes. Hay gente intelectualmente muy tenaz, pero al final se adapta una respuesta colectiva que se convierte en el punto de vista de The Economist. Es como una decisión del Gabinete. No se permite a los periodistas no estar de acuerdo con ella y los que buscan renombre acaban trabajando en otro sitio".

Las últimas megafusiones en el mercado mundial de las telecomunicaciones han abierto un debate sobre la muerte del viejo periodismo independiente y sobre la imposibilidad de contrarrestar la potencia de los nuevos oleoductos informativos. Helen Alexander no cree en ese peligro: "Obviamente, hay mucha gente que sigue ciegamente las ideas del vecino y muchos casos de mal periodismo. Pero no hay manipulación. De hecho, si hay un grupo de personas difíciles de manipular son los periodistas".

Sobre el mercado español de medios de comunicación, opina que "es un microcosmos en sí mismo de lo que está ocurriendo en el resto de Europa", pero caracterizado por la "acusada actividad de Telefónica".

Por último, un poco de prospectiva de The Economist. ¿Cuáles son los procesos mundiales más interesantes por venir? Se lo piensa un poco y responde: "La posibilidad de que China llegue a ser una democracia a corto plazo, la apertura de los mercados en América Latina y la ampliación de la Unión Europea".

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_