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Lenguaje entre rejas

Ferran Bono

Talego, maco, estaribel, trullo, trena u hotel son sinónimos de cárcel, en orden decreciente a su empleo entre los reclusos; boqueras, jichos, chapas, busnós o lacrós son los funcionarios; carro, falla o pila, los diversos tipos de mensajes ilícitos o medios de comunicación; conan o heidi, las navajas de diferentes dimensiones; perra o chusquel es el delator; conde, el preso con dinero; mamachico, una presa; kíe, el jefe entre los presos; lumis, la prostituta; pipa, el preso que vigila; bicho, el sida; hacerse un tequi es robar un coche; hacer la plaza, desplazarse a un club de alterne durante un tiempo y regresar; y hacerse un bombeo, extraer sangre, mezclarla con droga e inyectar la solución para mejorar el flash.El préstamo, la metáfora, el neologismo, la metonimia, la sinonimia, la polisemia, son las principales fuentes de creación del lenguaje carcelario, del argot de germanías que ha ocupado una gran parte de la labor investigadora de la profesora de Filología Española de la Universidad de Valencia Julia Sanmartín. El último capítulo de su trabajo, el libro Palabras desde el talego. El argot en la prisión de Valencia, fue presentado ayer, precisamente, en el Centro Penitenciario de Picasset.

En esta exhaustiva obra, editada por la Institució Alfons el Magnànim de la Diputación de Valencia, se explica que los sinónimos de prisión tienen originalmente una connotación de espacio cerrado. "Talego, por ejemplo, significaba saco, maco, quizá proceda de macón (panal sin miel, reseco y oscuro) o trullo, lagar para el mosto", dice la autora, responsable del reeditado Diccionario de Argot (Espasa Calpe) y una de las especialistas más importantes de España sobre la materia.

El libro contiene, como es de esperar, una análisis lingüístico de las múltiples y ricas voces carcelarias, y una valoración de los hechos de habla, pero quizá sea la recopilación de los testimonios de los reclusos y la reproducción de las entrevistas. Julia Sanmartín, de hecho, destacó ayer esta parte de su trabajo, realizada en dos fases, en 1992 y 1994, en la antigua cárcel de mujeres de Valencia y en Picassent.

La autora sabe de lo que habla y así lo puso de manifiesto Antonio Valero, un kíe, un preso reincidente de 34 años, que lleva justo la mitad de su vida viviendo en más de 50 prisiones. Valero sorprendió a todos los presentes con su comentario crítico sobre el libro. El ajustado lenguaje empleado y la claridad en la exposición de sus argumentos podrían considerarse una improvisada lección para muchos.

Valero dijo que el libro, "muy lejos de ser una intromisión en el mundo carcelario, es una involucración directa". "Llevar más de media vida en la prisión no me ha impedido sorprenderme por las historias de cada compañero que se ha entrevistado", aseguró el preso, quien consideró muy acertado el análisis del argot y, especialmente, del mundo de la droga. Valero también se refirió al estudio de las "palabras ilegales", la correspondencia entre presos, y se preguntó por qué se considera ilegal lanzar un mensaje de amor "en una pila de 1,5 voltios", de un patio de la cárcel a otro, ahora que las cartas entre reclusos ya no se censuran.

Hija de una maestra de la antigua cárcel de mujeres, Julia Sanmartín expresó su emoción por las palabras de Valero. No en vano, se trata de una investigación lingüística que, por su objeto de estudio, supone una implicación personal muy fuerte. El director de la investigación, que se inició como una tesis, y catedrático de Lengua, Antonio E. Briz, inscribió el trabajo en la "lingüística etnográfica" (o ecológica) y subrayó que el argot de germanía ha perdido parte de su función críptica destinada a esquivar a los carceleros, en beneficio de su función como instrumento de cohesión del grupo social, sin olvidar el aspecto lúdico.

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El diputado de Cultura, Antonio Lis, destacó el valor "social y humano", además de la brillantez del estudio científico.Antoni Mestre, director del Aula de Historia de la Alfons el Magnànim, recordó que apenas se conoce el mundo de la cárcel.

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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