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Reportaje:PLAZA MENOR - VENECIA

Las avenidas del parque

A falta de otras libertades, rigurosamente controladas por el régimen franquista, a mediados de los años cincuenta, el Ayuntamiento de Madrid liberó grandes extensiones de suelo urbano, que serían rápidamente conquistadas por audaces y oportunistas empresarios. Con la ley de viviendas de renta limitada de 1955, los alrededores (la palabra suburbios sólo se aplicaba a los barrios pobres) de Madrid vieron nacer bloques y colonias, nuevos edificios, calles y plazas.Los constructores de Parque de las Avenidas, que surgió impulsado por la nueva legislación, se saltaron a la torera, como la mayor parte de sus colegas en tales lides, las zonas verdes, estipuladas en un optimista 35%, todo un despilfarro de espacio habitable y vendible para los depredadores, que, sin embargo, no tuvieron reparo en sembrar de árboles las aceras y colocar reducidos y simbólicos parterres a la entrada de los edificios en las calles más importantes.

Aunque es la vía principal del barrio, la de Bruselas no tiene mucho que ver con la neoyorquina Park Avenue, que tal vez inspiró la denominación de la nueva ciudad que se elevaría entre el veterano canalillo y el arroyo Abroñigal (hoy M-30). La avenida de Bruselas está flanqueada por compactos edificios de ladrillo y aluminio, funcionales y muy similares entre sí, diseñados por los arquitectos Francisco Echenique y Luis Calvo Huedo. Echenique es el responsable también del proyecto de la iglesia parroquial de San Juan Evangelista, que se ubica en el centro del barrio, en un costado de la irregular plaza de Venecia. Del templo, de discreta altura, destaca la torre exenta del campanario, que se adelanta sobre la acera como un monolito independiente y esbelto. Detrás de las palmeras y los parterres, el cuerpo principal parece un búnker donde se atrincheran la piedad y el recogimiento. Ecléctica y funcional, construida a la medida del entorno, esta iglesia, que a las horas que la visita el cronista aparece en penumbra, recibe la luz diurna a través de una polícroma vidriera frontal, una composición geométrica que rompe el ascetismo de la nave rectangular y forrada de madera oscura.

Es una iglesia fácil de identificar con el estilo predominante en los años sesenta de la era franquista, cuando los vientos de modernidad que, pese a todos los obstáculos interpuestos, soplaban ya en las cabezas de algunos intelectuales y artistas, que husmeaban en las vanguardias, pero tenían que plegarse al rancio gusto dominante en las altas esferas, que amaban lo lacónico y lo militar y cuyo modelo arquitectónico ideal se condensaba en el colosal pisapapeles del Valle de los Caídos.

La mayoría de las calles y plazas que conforman el Parque de las Avenidas llevan nombres de ciudades europeas que empiezan con B, como si los funcionarios municipales encargados de bautizar el callejero se hubieran entretenido haciendo juegos de palabras sobre las casillas del nuevo tablero -Bruselas, Bremen, Bonn, Basilea, Berlín, Brístol, Berna, Bolonia, Brescia y... Venecia, que, por supuesto, se escribe con v en los rótulos de su plaza y que pudo ser puesta allí a propósito, por aquel extendido sofisma que dice que la excepción confirma la regla. Pese a todo, la opinión más popular al respecto es que los nominadores cometieron un garrafal error ortográfico porque eran muy burros, con b y con orejas.

La avenida de Bruselas no es la Quinta Avenida de Nueva York, pero es una arteria amplia, asoportalada y seudoajardinada, aunque los simbólicos parterres hayan de ser protegidos por verjas metálicas para evitar su extinción o conversión en vertederos privados.

La avenida de Bruselas es el escaparate de un barrio de buen pasar, edificado para alojar a funcionarios y profesionales de clase media, que supieron apreciar la oportunidad y se mudaron a este reducto pequeñoburgués levantado en los confines del popular barrio de la Guindalera.

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Por la avenida de Bruselas pasean a media tarde parejas o grupitos de señoras de mediana edad, que lucen sin riesgo de ataques ecologistas sus abrigos de pieles, dando gracias al crudo invierno por la oportunidad de lucirlos a diario, aunque sea para ir a merendar a la cafetería Bruselas o a uno de los muchos establecimientos especializados en tostadas, churros y bollería fina.

En la avenida de Bruselas hay muchísimas peluquerías y todas aparentan hacer buen negocio, porque las señoras de este barrio nunca salen de casa despeinadas o mal arregladas, ni siquiera el día que les toca ir a la peluquería. Los caballeros también circulan muy aseados, algunos con sombrero, incluso con sombrero tirolés de pluma, y otros con gorras de paño de diseño deportivo o naval. Jóvenes no se ven muchos, y es que a primera vista no abundan por aquí los establecimientos de comida rápida, las pizzerías y las bocadillerías que tanto les gustan, y mucho menos los ruidosos bares de copas y las discotecas, que deben estar por alguna parte.

Entre los numerosos bares de la zona destaca La Andecha, cervecería y restaurante que cuenta con una amplia y jugosa carta, donde abundan las especialidades autóctonas de lo que antes se llamaba cocina regional y que en propiedad debería llamarse cocina autonómica. La Andecha sirve también a domicilio a los vecinos del barrio y es un excelente bar de tapas y chateo.

Antes de que las inmobiliarias se lanzaran a colonizar el parque, esta ribera del Abroñigal, con sus desmontes y sus casas rústicas, constituía la principal reserva de flores de la capital. Flores que se cultivaban y recolectaban en numerosas huertas que fueron expropiadas en pro del desarrollo urbano, porque el cemento y el ladrillo se venden mejor y crecen en cualquier parte sin más abono que el del dinero.

En aquel tiempo también abrían sus puertas y levantaban sus emparrados y entoldados bailes famosos, como los Jardines Virginia, que aún recuerdan los pocos residentes que estaban allí antes de que empezara todo.

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