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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Felicitación y matices

Como fiel lector de su periódico y madrileño apasionado de la historia de nuestra ciudad, leo con alegría las columnas con que nos obsequia, entre otras ilustres firmas, Eugenio Suárez, con cuyas conclusiones suelo coincidir siempre y a quien deseo felicitar por sus muchos aciertos.Sin embargo, en la columna del pasado día 7, titulada La horca madrileña, creo que se han deslizado algunas inexactitudes relacionadas con la biografía del cura Merino, el regicida frustrado.

Afirma el autor que el 2 de febrero de 1852, "el capellán de la iglesia de San Sebastián (...) pensó llegado el momento de acabar con un símbolo". Desde luego que Martín Merino fue capellán de San Sebastián a poco de llegar a Madrid, pero en el momento del atentado lo era ya de otra parroquia de la Corte, la desaparecida de San Millán, frontera a la plaza de la Cebada, a la que se había pasado tras una discusión con el párroco de San Sebastián con motivo de una deuda contraída con él por un recomendado de dicho párroco. Así lo indica Héctor Vázquez Azpiri en esa espléndida, curiosa y amena reconstrucción de la biografía del cura de Arnedo que lleva por título El cura Merino, el regicida (Alfaguara. Madrid, 1965; página 170). Pero donde se comete mayor inexactitud es al indicar el lugar de su suplicio y el recorrido hacia el mismo. Asegura don Eugenio Suárez que "cabalgaba con un borriquillo por la calle de Toledo, donde esperaba la horca". Martín Merino no fue encarcelado en la cárcel de la Corte, actual Ministerio de Asuntos Exteriores (desde donde solían salir según las épocas los condenados a muerte rumbo a la plaza de la Cebada o a las afueras de la Puerta de Toledo, como respectivamente Riego y Luis Candelas), sino en el Saladero, situado en la actual plaza de Santa Bárbara (Vázquez Azpiri, cit., páginas 245 y siguientes); fue condenado a garrote vil, que no a la horca, como consta en el fallo del tribunal que lo juzgó el 5 de febrero de 1852: "Debemos confirmar y confirmamos (...) la sentencia que en 3 del corriente mes dictó el juez del distrito de Palacio de esta Corte, por la que condenó a don Martín Merino y Gómez a la pena de muerte en garrote (...), mandando que la ejecución se verifique en las afueras de la Puerta de Santa Bárbara de esta capital" (Vázquez Azpiri, cit., página 250). Y, en efecto, la ejecución tuvo lugar en lo que se denominaba "Campo de Guardias", en Chamberí, cuyo emplazamiento aproximado corresponde a los terrenos ocupados en la actualidad por el Canal de Isabel II (¡curiosa venganza de la castiza y oronda reina!) en la calle de Santa Engracia, tal y como narra magistralmente el citado biógrafo (páginas 281-288).-

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