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Trascendencia intrascendente

JOSÉ LUIS MERINO

La exposición organizada en el Museo Guggenheim de Bilbao bajo el sugestivo título de La torre herida por el rayo y el trascendental subtítulo de Lo imposible como meta es el mórbido paradigma de lo muy aparente, pero con muy poca sustancia detrás. La mayoría de las obras que muestran los seis artistas vascos, expresamente invitados a adaptarse a un determinado espacio del diseño de Frank Gehry, podían haberlas realizado otros muchos artistas de aquí y no pocos estudiantes adelantados de Bellas Artes, e incluso algunos escaparatistas con pretensiones. Por eso, nadie espere encontrarse con artistas cuya obra no pueda hacer nadie que no sean ellos mismos. Todo lo contrario.

Así lo vimos: la pareja formada por Leopoldo Ferrán y Agustina Otero se embarcan en cuatro obras de diferente factura, donde el denominador común deviene en vacuo esteticismo banal. Mabi Revuelta luce una instalación por demás pedestre, so pretexto de refocilarse en abundosas y ondulantes sinuosidades de lana de mohair. Javier Pérez deja suspendidas de unos hilos unas escaleras de vidrio soplado, con la vana intención de convencernos que por dejar colgado en el espacio cualquier objeto aquello es arte de altos vuelos. En una de sus piezas, la estantería con recipientes de vidrio soplado y su propuesta de que se escuchen unos sutiles tintineos en cadena, se ha cometido el error de colocarla no lejos de los ininterrumpidos y estruendosos ruidos que producen un par de vídeos. Poca novedad aporta su desnudo de espaldas izándose en vídeo sobre un muro blanco.

Gabriel Díaz se dispersa en exceso a través de tres obras: mientras resulta de buen ver -mejor con luces artificiales que a la luz del día- la pirámide de vidrios verduzcos, la pieza de alabastro sobre varias patas de metacrilato se adscribe a la poquedad de lo accesorio, en tanto que su vídeo es de una simplismo exasperante.

Hay un artista, Francisco Ruiz Infante, que destaca sobre los demás. Es el único que apunta sugerencias notables. Tiene empaque, posee inventiva. Es la excepción entre tanta superficialidad exhibida. Curiosamente, sólo ha sido él -y nadie más que él- quien se ha rebelado contra el comisario de la exposición cuando éste aseguró que es irrelevante datar que los seis artistas elegidos sean vascos. Ruiz Infante dijo que para él no es irrelevante su lugar de procedencia. Porque vamos a ver: si Thomas Krens le pide hace dos años al comisario de la muestra como única condición que los artistas invitados sean vascos, ¿cómo se puede aducir que es irrelevante reparar de dónde son esos artistas? ¿No es esto un despropósito? ¿No es otro despropósito elegir unos artistas sin demasiada experiencia ni años de trabajo ni calidad contrastada, salvo uno de ellos, con la absurda pretensión de elevarles a categoría de consagrados?

Parece que se está fomentando en el arte el todo vale, carente de esfuerzo alguno, además del ascenso rápido y oportunista. Para remate, nada mejor que introducirles en grupo en el Guggenheim y así la sociedad los catalogará como grandes artistas. Y no es eso. El arte es un acto de conquista no apto para oportunistas. De otro lado, no es de recibo admitir que el Guggenheim se convierta en una celestina de lujo, ayudando a consumar algunos de los despropósitos aquí asignados.

A modo de conclusión, quizá valía la pena constatar que la utilización del título y subtítulo de la exposición viene a ser un mentís respecto al espíritu de algunas de las obras mostradas. Lo prueba Francisco Ruiz Infante -cómo no- oponiéndose a uno de los enunciados con estas contundentes palabras: "Lo difícil es una meta, no lo imposible".

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