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La flor de la cultura

El músico Amadeu Vives, en una de aquellas irrepetibles conversaciones que a Josep Pla le gustaba mantener con sus homenots, le confiesa al autor de El quadern gris: "Para plagiar con eficacia se necesita haber tenido lecturas inmensas, haber dispuesto de dilatados conocimientos. El plagiario documentado y bien informado es la flor de la cultura. En el sentido más plano de la palabra, es un humanista". No hay duda alguna que Josep Pla se sentiría absolutamente identificado con estas declaraciones: el escritor del Empordà no tenía muchos reparos en incorporar en sus textos fragmentos de sus autores más admirados. El mismo título de El quadern gris recuerda a Le cahier rouge de Benjamin Constant, y la frase con la que definía su estilo claro y sencillo ("La persiana és verda") parece una traslación del mismo principio expresado por su apreciado Jules Renard ("La poule pond").Sin duda, son pequeñeces. Cuando leo a Pla (debería decir paseo con Pla) estos detalles de especialista me parecen intrascendentes. Josep Pla recuerda a aquellas montañas queridas que nunca nos cansamos de visitar y que nunca nos defraudan aunque las recorramos cientos de veces; en Pla siempre hay algun adjetivo, una palabra, una indicación, una ironía que nos había pasado desapercibida. O una recomendación de lectura: gracias a sus consejos leí el Journal de Jules Renard, me entusiasmé con los aforismos de Joubert y Chamfort, y admiré con la justicia que se merece el glosario de Eugeni d'Ors. Por eso acusar -como en alguna ocasión ha sucedido- a Josep Pla de plagiario resulta baladí. También lo fue Stendhal, que en sus libros (especialmente en aquel bello Roma, Nápoles y Florencia y en su biografía de Rossini) se permite recortar hojas enteras de otros autores y presentarlas como propias. "Tomo lo bueno donde lo hallo -explicaría sin muchos complejos-. Si mis libros adquieren valor en 1920 ¿quién pensará entonces al tropezarse con una pepita de oro que ha sido encontrada en un montón de estiércol?".

Stendhal tenía la lengua tan larga como rápidas las tijeras. Goethe nunca llegó a saber que entre su estiércol (Viaje a Italia), el autor de Rojo y Negro había encontrado algunas pepitas de oro. Afortunadamente, la idea que tenía el viejo Goethe sobre el plagio era muy próxima a la de Stendhal: "Nuestro desarrollo intelectual lo debemos a miles de influencias de donde sacamos aquello que nos atrae. Yo debo mucho a los griegos y a los franceses, y estoy realmente en deuda con Shakespeare, Sterne y Goldsmith. Pero con esto no quedan reveladas las fuentes de mi cultura; se extienden sin hitos, y no hay que ir a su pesquisa. Lo esencial es que tengamos un alma que estime la verdad y que la capte allí donde la encuentre".

Es decir, ¿qué más da que esta idea sea de Sterne, de Shakespeare o de Pascal? Lo importante es saber descubrir aquéllo que es trascendente e incorporarlo a nuestra formación. Y algo muy parecido nos sugiere José Sanchis Sinisterra, en esa obra de teatro tan rica e interesante, tan llena de referencias, que es El lector por horas. En esta obra, un patético profesor (excepcionalmente interpretado por Juan Diego), lector por horas de una joven ciega y depresiva, ha escrito un libro lleno de plagios de Faulkner y no entiende por qué todo el mundo se ha escandalizado. Sencillamente, en Mientras agonizo ha encontrado unas pepitas de oro y no ha tenido ningún problema en incorporarlas a su trabajo de creación... "Todo texto literario es deudor de muchos otros textos previos" -tartamudea el profesor, que incluso se permite utilizar el tecnicismo académico de intertextualidad... Sanchis Sinisterra, en ese lector, nos muestra sus lecturas y sus plagios: Lampedusa y Conrad, Flaubert y Durrell. Y por encima de todo nos seduce tan profundamente, de una manera tan inteligente, que cuando salimos del teatro sólo -¡y cuánto!- deseamos plagiarlo.

Martí Domínguez es escritor

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