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Tribuna:LA HORMA DE MI SOMBRERO
Tribuna
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Sade a la brasa

Bologna 2000 Città Europea della Cultura. Bolonia, capital, una de las capitales europeas de la cultura en el año 2000. Bolonia, ciudad de juristas -Irnerius, Paucapalea, Bandinelli, Huguccio...-, se ha montado para el próximo mes de mayo un importante congreso sobre el tema de "la cultura latina nell'unione europea", un tema que afecta directamente a Italia "y a los demás países cuya lengua posee un origen latino (del latín): Francia, España, Portugal y Rumania". Una de las muchas versiones del enfrentamiento entre las dos Europas, la del Norte y la del Sur, si bien en este caso no es lo mismo París que Bucarest, Barcelona que Perpiñán, o Bolonia que Catania, todas ciudades latinas", como no son iguales las aguas del mar del Norte, del Atlántico, del Mediterráneo o del Adriático..., pero, como les decía, Bolonia es ciudad de juristas y sabrá, con la ayuda de todo tipo de martingalas, ofrecer el próximo mes de mayo una imagen coherente de la latinidad comunitaria, más allá del idioma, del vino y de Inés Sastre, Laetitia Casta o Manuela Arcuri.La pasada semana estuve en Bolonia, en el teatro Arena del Sole, uno de los teatros con mayor pedigrí de la península. Se levantó a principios del siglo XIX (se inauguró en el año 1810) en los terrenos que a la sazón ocupaba un convento de monjas, expropiado por las tropas napoleónicas, en plena República Cisalpina, y fue construido por el coramaro, un industrial que se dedica al negocio del cuero, Pietro Bonini. Durante un montón de años, el teatro Arena del Sole fue un teatro al aire libre, a cabeza descubierta, sin techo, que albergaba unos 2.000 espectadores. Teatro popular, a precios populares, donde se ofrecían desde dramones con títulos tan sugestivos como I cavalieri della Morte al Colle del terrore, hasta revistas con Ettore Petrolini a Antonio de Curtis, Toto. Hoy, la Arena del Sole, dos salas (de 900 y 150/200 plazas), con la cabeza cubierta, es la sede, desde 1995, de la Nuova Scena-Teatro Stabile di Bologna, uno de los mejores escenarios -mitad público, mitad privado- del país (para los amantes del teatro, del teatro de verdad, bastará con recordarles que la Nuova Scena fue fundada en 1968 por Dario Fo; su mujer, Franca Rame, y Vittorio Franceschi).

Pues bien, fui a Bolonia a ver una función, De Sade, una coproducción entre los boloñeses de Nuova Scena y el Théâtre de l'Union-Centre Dramatique National du Limousin (Limoges, Francia), al frente del cual se halla el rumano Silviu Purcarete, que firma la escenografía y la dirección, amén del texto (junto a Dick McCaw). Coproducción italo-francesa, con director rumano y actores franceses, rumanos e italianos. Todo latinamente correcto.

De Sade. Donatien Alphonse François, marquis de Sade. El divino marqués. ¿Qué hacen, qué fabrican Purcarete y McCaw con el ilustre libertino? Pues lo sacan de Charenton escondido en un ataúd, la vigilia de su muerte, el 2 de diciembre de 1814, y se lo llevan a las puertas del Averno, en la gruta de Posilippo, en los alrededores del Vesubio, donde, dicen, se halla la tumba de Virgilio. En realidad quienes lo llevan al sur de Italia no son Purcarete y McCaw, sino un tal Arnaud le Normand, encargado de los funerales del marqués de Charenton, y "sa jeune maîtresse", una tal Magdeleine Leclerc. Total, que el divino marqués sigue vivo y, agárrense, no tiene ninguna intención de morirse hasta el próximo 24 de agosto, el 24 de agosto del 2000, aniversario de la primera y celebérrima erupción del Vesubio, en el año 79 después de Cristo. Estamos, pues, en el 18 de agosto del 2000. Faltan unos pocos días para la muerte del marqués, que ha alcanzado la más que respetable edad de 260 años, 2 meses y 16 días, y se ha pasado un montón de años follando incestuosamente -madre/hija/madre/hija...- con once -¡once!- generaciones de la tal Magdeleine Lecrerc, a las que transmite su incontinencia imaginativa: son las Lecrerc quienes, en definitiva, escriben su obra. Y si no escriben, las azotan.

El marqués, pues, está a punto de diñarla. En esas llegan a Posilippo un grupito de libertinos, gente con una cierta clase, no sé si latinos pero indiscutiblemente comunitarios -puede que incluso haya algún yanqui-, quién sabe si nietos o biznietos de aquellos nobles ingleses o germanos que antaño emprendían, religiosamente, el grand tour por tierras de Francia, Italia y España. Me da la sensación de que se aburren. Juegan un ratito a ser polichinelas napolitanos -se entretienen con la gran polla, en plan cucul-, se abren las venas, se sumergen en las aguas del Cocito y cantan, con mejor o peor fortuna, una ópera u opereta con letra del divino marqués: Eugénie de Franval. Luego, se lo piensan mejor, salen del agua y se comen al marqués. A la brasa. Al marqués o lo que queda del marqués. Con un tomatito en la boca, como un cochinillo, y unas cebollas, unos pimientos y unos ajos. Y el Vesubio empieza a vomitar lava, y se acaba el mundo. Y la función.

Afortunadamente, el Arena del Sole seguía en pie. La broma había durado dos horas y media. Las calles de Bolonia estaban cubiertas de nieve. En Re Enzo, una vieja trattoria, nos esperaban unos tortellini in brodo que nos reconciliaron con la hermosa y noble ciudad de Bolonia y con su latinidad.

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