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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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Borges contra Barcelona

Enrique Vila-Matas

En mayo de 1920, en carta desde Barcelona a su amigo Abramowicz, escribe un joven Borges: "Barcelona es una ciudad desagradable. Estoy tentado de añadir que es la última ciudad de la Península. Fea, vulgar, gritona".Debía ver muy mal a Barcelona si para él era la última ciudad de la Península, pues de España en concreto no tenía una visión muy entusiasta precisamente: "Toda esta España que voy descubriendo tan áspera, tan fuerte, tan triste...". Por otra parte, había llegado de Argentina con un prejuicio sobre los españoles, ya que éstos en Buenos Aires tenían trabajos de nivel inferior -sirvientes domésticos, camareros, peones- o eran pequeños comerciantes. Además, los argentinos nunca pensaron en ellos mismos como españoles. Y por si fuera poco, la visión que se había ido formando en su viaje con la familia por España era la de una tierra de gitanos, corridas de toros y arquitectura morisca. En Barcelona ni siquiera había esto. En otra carta a Abramowicz, ex compañero de colegio en Ginebra, llega a escribir: "¡Mierda para los catalanes!".

Su visión de España contrasta con la de su compatriota, el gran escritor Roberto Arlt (El juguete rabioso, Aguafuertes españolas), al que en 1934 le fascinó una España gritona, pero "nada contagiada de las ciudades nerviosas europeas", una España en la que, según él, sería imposible escribir algo tan retorcido psicológicamente como Crimen y castigo, un país de gente sencilla, simplona, "gente que come a dos carrillos, que bebe e ignora la úlcera de duodeno, gente pasional (...). En el cine les gusta algo, aplauden; les desagrada, silban a las sombras, abuchean a las siluetas; de ahí que la moderna literatura española carezca de esos escritores nerviosos engendrados por las epilépticas civilizaciones de Londres, Leningrado...".

Las cartas de Borges a Abramowicz están incluidas en Cartas del fervor (Galaxia Gutenberg / Emece, edición coordinada por Cristóbal Pera), un libro que recoge la abundante correspondencia inédita con Abramowicz y también la que estableció con el poeta mallorquín Jacobo Sureda (cartas que María Kodama recibió recientemente de la familia Sureda y entregó al editor Hans Meinke), y nos descubre el proceso de formación de Borges en los años veinte. El sorprendente epistolario -dejo que el lector, si aún no lo sabe, descubra por qué es sorprendente- abarca un periodo que va de 1919 a 1928, y en él no es que Borges hable mucho de Barcelona o de Cataluña, pero cuando lo hace es demoledor: "Querido hermano [le escribe a Abramowicz desde el café Suizo de la plaza Reial]. Desde la ciudad rectangular e inmunda lanzo hacia ti mi corazón como una red". Desde esa misma ciudad rectangular (¡pobre Cerdá!) e inmunda le dirá a Sureda en carta del 3 de marzo de 1921: "Barcelona, como siempre. Unos tíos macizos y unas niñas de una elegancia agresiva navegan por las Ramblas con un aire de tranvías de domingo. Mis ojos maravillados y hasta temerosos se les enredan en las piernas forradas de seda (de las niñas, claro)".

Sabemos por esa misma carta a Sureda que en Barcelona compró nada menos que un ejemplar de Crimen y castigo (¡vaya idea!, pensaría Arlt) y ésta es la única referencia de Borges a algo que le ocurre en Barcelona en la que no aprovecha para mostrar su desprecio por la ciudad, ciudad a la que sin duda en esos días -no sé si también después en otras épocas- detestaba contundentemente. Y no sólo odiaba Barcelona, sino también a muchos de sus intelectuales. A Eugenio d'Ors, por ejemplo, del que llega a decir en carta a Abramowicz: "Siempre he compartido la opinión que expresas sobre el senyor D'Ors. A Jacobo Sureda que lo conoció personalmente, también le parece un imbécil. Pero está dentro de los límites de lo posible que para explicar la esencia de algo artificial y absurdo como el catalanismo neoclásico de guante blanco (opuesto al catalanismo bolchevique y antiespañol de blusa azul) quizá sea mejor ser un señor ridículo. Así, la vacuidad del autor rima perfectamente con la vacuidad del medio que evoca".

No se salva ni la arquitectura modernista de Barcelona. Todo lo contrario. La encuentra una arquitectura de estética prostibularia. Palma de Mallorca le gusta algo más, pero -como señala Joaquín Marco en el prólogo del libro- desdeña su lengua. Con respecto al artículo en catalán publicado en un periódico mallorquín en el que se ataca a la revista Grecia, Borges afirma que está escrito "en el mismo patois horroroso". En fin, no puede decirse que hiciera muchos méritos para la Creu de Sant Jordi. Muchos años después, en 1978, oí decir a Borges en Barcelona que sólo reconocía a un gran escritor catalán. "Raimundo Lulio", dijo. Tras un momento de perplejidad, la gente aplaudió, y luego continuó perpleja.

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