Después de la tregua trampa
1. Ya antes de que ETA cometiera el primer atentado después de la tregua, tanto la situación política creada en el País Vasco como la mirada retrospectiva sobre los 19 meses sin atentados abundaban en razones a favor de la tesis de la tregua trampa del ministro Mayor Oreja. ¿Por qué tregua trampa? Porque, efectivamente, al final de la tregua ETA ha mejorado sus posiciones y la situación política del País Vasco ha empeorado sensiblemente. Muchos cometimos la ingenuidad de pensar que cada día que pasaba sin atentados hacía más difícil el retorno criminal de ETA. ETA ha vuelto a matar. Y sigue habiendo gente que lo entiende y dirigentes políticos que lo minimizan.ETA anunció la tregua en un momento de real acorralamiento cívico y policial. El asesinato de Miguel Ángel Blanco había marcado un hito en el rechazo social a la organización terrorista. Las actuaciones judiciales sobre la trama civil y económica a través de la cual se articulaban ETA y el mundo batasuno habían afectado seriamente a la capacidad operativa de la organización y habían introducido un serio factor de inseguridad en su entorno. ETA anunció la tregua porque se asfixiaba.
La tregua no sólo fue un respiro para la organización -que aprovechó la distensión inicial para reforzarse y reconstruirse militarmente-, sino que le dio la oportunidad de recuperar el reconocimiento perdido. El cambio de estilo asumido por la nueva dirección de HB metamorfoseada en EH, el rostro de la media sonrisa de Otegi y las numerosas atenciones que los etarras recibieron de parte del nacionalismo democrático -empezando por la Declaración de Estella, que fue el pasaporte al gran embolado- dieron a ETA una iniciativa política, una notoriedad y, en cierto modo, una legitimación, en tanto que se convertía en interlocutora de todos, que, entonces, no tenía.
Pronto se constató un dato esencial: ETA no tenía ninguna intención de disolverse ni de dejar definitivamente de matar. La tregua era un instrumento en su estrategia global. La ausencia de referencias a la cuestión de los presos era un indicio -cuando una organización terrorista quiere dejarlo, el futuro de sus presos es lo único importante-, pero los movimientos de reorganización militar que la policía francesa detectó enseguida fueron la confirmación definitiva. El nacionalismo democrático nunca quiso aceptar esta realidad. Se le puede conceder el prejuicio de la buena fe: pensar que ETA se daría por satisfecha si el nacionalismo se acercaba a sus posiciones. Pero lo que al principio podía entenderse como esfuerzo -incluso sacrificio político, si se quiere- para incorporar definitivamente al abertzalismo al sistema pronto se convirtió en torpeza.
El nacionalismo vasco entró en el laberinto de ETA y no ha querido o no ha podido salir de él. Como consecuencia de ello, la brecha entre nacionalistas y constitucionalistas se fue agrandando. El veredicto democrático puso luz a la situación en dos elecciones consecutivas. Ni el señuelo de la paz sirvió para que el electorado se desplazara significativamente hacia las posiciones soberanistas. El País Vasco siguió repartiendo el voto, confirmando su plural composición. ETA vuelve a matar después de haber reconstruido su operatividad. El consenso democrático está roto. La tregua, efectivamente, ha sido una trampa.
2. Un análisis acertado no garantiza por sí solo la buena elección estratégica. Ante la constatación de que la tregua era una trampa, el PP, además de la defensa reiterada del pluralismo, escogió la línea del enfrentamiento con el nacionalismo democrático, el PNV en particular. Ciertamente, la actitud del PNV, hipotecado en el Pacto de Lizarra, no ha facilitado las cosas. Cada vez que ETA introducía dudas sobre la continuidad de la tregua, el PNV daba un paso más en su aproximación al abertzalismo. El PNV abandonaba la centralidad en la política vasca o, si se quiere, trataba de desplazar el eje de la misma. Con el PSOE tapado (y condicionado) por el radicalismo del PP y del PNV, el puente entre el nacionalismo y el constitucionalismo amenazaba ruina. El PP no hizo el menor esfuerzo para frenar el viraje del PNV.
En realidad, el desencuentro entre el PP y los nacionalistas democráticos durante la tregua era consecuencia de lo que había acontecido antes. Desde que llegó al Gobierno, pero especialmente desde las movilizaciones contra el asesinato de Miguel Ángel Blanco, el PP se planteó una política de acuerdo con el PNV en Madrid y de confrontación en el País Vasco, dando por supuesto que era de interés electoral para ambas partes. Las masivas movilizaciones de respuesta al crimen de Ermua no sólo reforzaron al PP en su estrategia, sino que generaron una ilusión: la reespañolización de Euskadi. Una ilusión tan idealista como la contraria (la imposición del soberanismo abertzale) porque ambas parten de la negación de la realidad contrastada una elección tras otra: la compleja pluralidad de Euskadi. El PP vio sin inmutarse el viaje del PNV hacia el abertzalismo convencido de que lo pagaría en las urnas. Cuando el imán de la tregua de ETA operó sobre el campo nacionalista, el PP no se esforzó lo más mínimo en atraerle hacia el otro lado. El PNV se fue y el PP no hizo nada para evitarlo. Resultado: la ruptura del consenso democrático empeora la situación vasca.
3. El consenso democrático se fundaba en algunos principios básicos: el reconocimiento del pluralismo de la sociedad vasca, la imposibilidad de compartir fin político alguno con quien utilizara medios criminales, el fin de la violencia como objetivo prioritario, previo a cualquier cambio de marco institucional. El PNV rompió el pacto al aceptar unos fines compartidos con los etarras. Al proclamar la autodeterminación, ya no como un principio retórico, sino como objetivo político a corto plazo, el PNV hace un gesto más en esta dirección. Un gesto inútil si de la paz se trataba, porque todos sabían que ETA cometería un atentado, independientemente de lo que le sirvieran en bandeja los que están atrapados en su laberinto. Los que consideran a la ideología nacionalista como intrínsecamente perversa entienden que el PNV no hace más que soltar las riendas del caballo sobre el que está montado. Y que está tratando de sacar ventajas de ETA y de la ilusión de la paz. Argumento que avalaría la es-
Después de la tregua, trampa
trategia de confrontación del PP. ¿Puede realmente el PNV consolidar su alianza soberanista mientras la violencia siga?En política, el punto de partida debe ser el reconocimiento de la realidad. Y en la realidad vasca, pensar en una solución democrática en que el PNV no tenga un papel central es pura ilusión. De aquí la gravedad que adquiere la ruptura del consenso democrático. De la que el PNV es el principal responsable, pero que el PP no ha hecho nada para evitar, a partir de un cálculo de relaciones de fuerza (y de intereses electorales) equivocado y corto de miras.
4. El presidente Pujol ha dicho que hay que conseguir el aislamiento total, la asfixia del terrorismo. Lleva razón, aunque pueda sorprender que lo diga quien con la Declaración de Barcelona se apuntó a las escenificaciones previas a la tregua de ETA. Hoy, ETA está menos aislada y menos asfixiada que entonces. Es responsabilidad de los partidos democráticos recuperar los acuerdos que en su día permitieron que ETA se sintiera tan ahogada como para pedir una tregua para recomponerse. Por eso resultan ridículos los discursos voluntaristas sobre la irreversibilidad del proceso. ¿Qué proceso? ¿El del fin de la violencia o el del soberanismo de Euskadi? Porque lo que rompe el consenso es presentar el primero en función del segundo: el soberanismo como precio. Es inaceptable utilizar en cualquier sentido la violencia para condicionar o forzar decisiones. Y digo en cualquier sentido porque, del mismo modo que el PNV tiene el impudor de introducir el debate soberanista en esta coyuntura, hay algún iluminado que no se recata en decir que un terrorismo de intensidad asumible (macabro lenguaje) es el precio para evitar que Euskadi se vaya. Acabada la tregua, con ETA y la violencia callejera impidiendo la normalidad democrática en Euskadi, la reconstrucción del consenso democrático es el único modo de poner freno a cualquier tentación de ventajismo entre demócratas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.