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La dignidad del maestro XAVIER ANTICH

La última secuencia de esa formidable película que es La lengua de las mariposas ofrece un testimonio impagable, por su crueldad, de la dignidad de un maestro republicano entregado al reto de la educación en un ambiente hostil y, al cabo, vencido y humillado por todo aquello que pretendía combatir con su docencia. El maestro es un viejo pedagogo laico y racionalista, guiado por los ideales ilustrados que confiaban en la educación como el instrumento más poderoso en la lucha contra la desigualdad. Hostigado por un entorno gazmoño y eclesial, celoso éste de los privilegios heredados que habrían de legitimar la persistencia de los más fuertes, el maestro verá truncada la empresa de construir una sociedad más justa con la ayuda de los pequeños gestos cotidianos: enseñar el nombre de los pájaros o el secreto de la fecundación de las flores a un grupo de pequeños que, por primera vez en sus familias, accedían a la alfabetización. El pago a cambio, al final, será el del odio desatado en todos aquellos a cuyo servicio se había puesto: detenido el maestro por falangistas al servicio del cacique del pueblo, será conducido por un camión que los pequeños, convertidos en el brazo secular de la intolerancia de sus mayores, acompañarán hasta fuera del pueblo, mientras gritan insultos como "asesino" y "traidor" y le lanzan una descarga de piedras.El azar ha querido que la película de Cuerda coincidiera en la cartelera con el último prodigio de Bertrand Tavernier, Hoy empieza todo, sobre el cual han escrito en estas páginas, con tanto acierto, Joan Subirats y Josep Ramoneda. También aquí, en medio del entorno hostil y marginal de Nord-Pas, en Calais, un grupo de profesores y profesoras resisten frente a las embestidas de una Administración que considera los problemas de sus estudiantes como el simple dato de una estadística. Su fuerza, absolutamente imparable, radica en la conciencia de que la única posibilidad de subvertir la dinámica de exclusión generada por la sociedad postindustrial es garantizar la dignidad de la escuela, el privilegio de la educación. De no ser por su entrega y su dedicación, más allá de los límites exigidos por la simple profesionalidad, aquellos niños y niñas con los que trabajan en las aulas serán, sin ninguna duda, el día de mañana, otras docenas más de los nuevos esclavos que genera, vomitándolos, el sistema del capitalismo avanzado: meros excedentes de un movimiento centrífugo que los espera fracasados, como pretende un sistema educativo que da por supuesto que no puede subvertir el orden establecido, sino tan sólo gestionarlo.

Las películas de Cuerda y Tavernier, más allá de la distancia en tantas otras cosas, coinciden en subrayar algo que debería ser recordado más a menudo: la dignidad de todos aquellos que han hecho de la educación pública un espacio de libertad y un campo de batalla contra las diferencias económicas y sociales. La dignidad de todos aquellos que, antes de que la Administración educativa les bombardeara con toda la retórica de la diversidad y de la pedagogía activa, generada por el estúpido hermetismo de una reforma diseñada en los despachos por los burócratas, sabían perfectamente qué quiere decir la atención individualizada, la educación en los valores o el fracaso escolar. La dignidad de todos aquellos que, haciendo frente a condiciones más bien precarias y a una consideración de la educación como una dimensión secundaria, han entregado y entregan todavía los mejores años de su vida y sus esfuerzos más intensos a realizar, cada día, una pequeña revolución.

Es un secreto a voces que, entre el profesorado de la enseñanza pública, cunde un auténtico desánimo. Como casi todo el mundo preveía, la reforma educativa de las buenas palabras y de las mejores intenciones ha empezado a consolidar un proceso de guetificación fundado en las dos vías de acceso a la educación: por un lado, la pública, y por otro, la privada y esa que eufemísticamente se denomina "concertada" (pagada por el Estado, pero no sometida a su control más que de manera puramente formal: de hecho, privada subvencionada generosamente). Emilio Lledó declaraba hace poco que "la democracia es inseparable de la enseñanza pública: es la única manera de luchar contra el señoritismo". Pues bien, el sistema educativo de nuestro país, actualmente, ha optado por un modelo (promovido por el PSOE y aquí por CiU, y asumido después con auténtico entusiasmo por el PP, cómo no) que, en vez de garantizar la igualdad real de las dos vías de acceso, contribuye en gran medida a acentuar todavía más las desigualdades.

El proceso velado (o no) de privatización de la sanidad y de otros servicios básicos ha llegado con muy poco estruendo al mundo de la educación. Formalmente, las estadísticas hablarán de las grandes inversiones que el Estado dedica a la enseñanza pública. Sin embargo, sólo hace falta conocer el terreno a pie de obra: comparar escuelas, comparar servicios, comparar exigencias al profesorado, comparar requisitos de admisión de estudiantes. Durante un cierto tiempo, fue todavía posible que estudiantes de la escuela pública, muchos de ellos la primera generación que accedía a la enseñanza secundaria, disputaran en igualdad de condiciones con muchos de los privilegiados que por su situación económica familiar podían costearse la educación privada, el acceso con garantías a las exigencias de los estudios universitarios. Hoy duele hasta el alma recordarlo, éste es un modelo en vías de extinción. Y los profesores y profesoras de primaria y secundaria lo saben de primera mano, mejor que nadie: sólo hace falta escuchar sus experiencias, los cambios que se están produciendo, la nueva situación.

Frente a una Administración que sólo conoce la frialdad matemática de las estadísticas, estos profesionales que, en tantos casos, han hecho de su dedicación un instrumento auténticamente revolucionario para combatir la desigualdad, ven como cada vez es más difícil enfrentarse y subvertir el estado de las cosas. Por esto, resultan casi una provocación las primeras declaraciones de la consejera de Enseñanza de la Generalitat, Carme Laura Gil, según las cuales el problema de la enseñanza no es la diferencia entre escuela pública y escuela privada. Quizás porque, en el fondo, prácticamente ya no existe la escuela "privada" como tal (aquella que, como cualquier servicio privado, es pagada por sus usufructuarios). Y, sin embargo, algo sucede cuando la escuela privada catalana ha crecido, en el último año, cuatro veces más que la pública.

Sólo quería recordar aquí, con la impotencia de estar limitado a unas pocas líneas ante lo mucho que habría que decir, esas figuras de la dignidad que llenan tantos centros de enseñanza y de cuyo entusiasmo hay que esperar la modificación de las tendencias de exclusión que la Administración, lejos de corregir, todavía incrementa, quisiera creer que de forma inconsciente. Más vale estúpido que perverso.

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