Las madres rusas exigen la paz
Las mujeres se han convertido en la única voz que se alza en Rusia contra la ofensiva en Chechenia Como en todas las guerras, a la de Chechenia van sobre todo los pobres, y casi siempre a la fuerza. Como Iván Kvaskov, reclutado en 1998 pese a ser el único hijo de un minusválido. Ahora lo es él también, tras resultar gravemente herido en combate. O como Andréi Andrushchenko, al que no le sirvió para librarse ser huérfano o única fuente de ingresos de la familia que formaba con sus cuatro hermanas y su abuela. Enviado en agosto a Daguestán, murió en acción.
Son dos de los casos que la Unión de Comités de Madres de Soldados de Rusia incorporaba en un informe enviado el 28 de diciembre a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. En él, como en una reciente carta abierta al presidente interino de su país, Vladímir Putin, las madres clamaban contra la guerra, los abusos en el reclutamiento, las degradantes condiciones de vida de los soldados (ni siquiera excluyen la tortura), la imposibilidad de comunicarse con sus hijos y la ocultación sistemática del número real de bajas.
La Unión, con ramas en las 89 regiones rusas, es la voz que clama en el desierto contra una "operación antiterrorista" enormemente popular. Valentina Melnikova, directora ejecutiva de la organización, cree que esto se debe a una diferencia fundamental con la guerra desarrollada entre diciembre de 1994 y agosto de 1996. "Entonces", asegura, "la gente estaba bien informada y los periodistas mostraban el horror. Los militares aprendieron la lección, y por eso dificultan ahora la información".
Entre las quejas de las numerosas mujeres que acuden cada día a la sede de la Unión, situada en un apartamento municipal cercano al Kremlin, abundan las relativas a la falta de información. De nada vale escribir. Una madre lo hizo casi a diario durante meses sin que ninguna carta llegase a su destinatario. En sentido contrario, es aún peor. No hay tiempo para censurarlas a fondo. En muchas ocasiones se destruyen sin más. Melnikova habla, por ejemplo, de un horno en Mozdok (desde la que se dirigen las operaciones militares) dedicado a esta siniestra tarea.
Las madres de soldados no dudan en jugarse la vida cuando hace falta. Dos murieron en la primera guerra de Chechenia cuando, según Melnikova, "era más peligroso atravesar los puestos de control rusos que enfrentarse a los destacamentos chechenos". Otras tres fueron secuestradas en 1999, cuando buscaban en Grozni la pista de sus hijos, desaparecidos en 1996. Ahora tienen mucho más difícil acercarse a la zona de conflicto.
Melnikova considera que los soldados rusos son como esclavos que "no pueden defender sus derechos, tener protección jurídica, escribir o llamar por teléfono". Por eso, añade, "las únicas capaces de defenderles son sus madres". Las cosas han cambiado, pero a peor. "En 1996", señala, "se aprobó un decreto que estipulaba que sólo contratados y voluntarios podían participar en conflictos militares. Ya en 1999 se eliminó la palabra 'contratados' y, en octubre, el término 'voluntarios' se sustituyó por 'soldados que lleven en el servicio no menos de seis meses'. En eso quedaron las promesas de Yeltsin de un ejército profesional a partir de mayo de este año".
Parte sustancial de la labor de la Unión de Comités de Madres de Soldados es hacer que se cumpla la ley, que establece numerosas causas para librarse del servicio militar, desde cursar estudios a trabajar en el extranjero, ser hijo único de un padre jubilado o casarse y tener hijos. La ignorancia de esos derechos, y su frecuente violación por el aparato burocrático del reclutamiento, donde los sobornos son frecuentes, hace que sean las capas más desfavorecidas de la población las que aporten la "carne de cañón" para la guerra.
Una de las dirigentes de la Unión pide ayuda para resolver el problema de Dmitri Pavlenko, un recluta de 20 años que perdió brazos, piernas y la vista durante un entrenamiento militar. Necesita unas prótesis biológicas que cuestan más de tres millones de pesetas. Es un caso más entre los que llevan a las madres a pedir ayuda del exterior. Las prótesis son muy caras y deben cambiarse cada dos años porque el proceso de crecimiento de sus destinatarios aún no ha concluido.
El destino de estos mutilados es una pensión que en la mayoría de los casos no supera los 400 rublos al mes (unas 2.500 pesetas), un pasaporte para la marginación. La de Chechenia no es oficialmente una guerra y las pensiones a los inválidos como resultado del conflicto son como las de los civiles, con el agravante de que la juventud de sus perceptores les ha impedido cotizar.
"Esta guerra no declarada", concluye Melnikova, "viola la Constitución y la Convención de Ginebra. No hay justicia en Rusia. Los ciudadanos no pueden defender sus derechos legales relacionados con el servicio militar, se envía a combatir a la fuerza a reclutas y no se reconoce el derecho (recogido en la Constitución) al servicio civil alternativo".
¿Por qué no intentan reunirse con el presidente en funciones, Vladímir Putin? "¿Para qué?", dice la secretaria de la Unión. "Ya le escribiremos cuando era jefe del Servicio Federal de Seguridad, secretario del Consejo de Seguridad y primer ministro. Sus respuestas y sus hechos no nos dejaron satisfechas". En una carta abierta, hace unos días, le volvieron a pedir, sin embargo, que diera la orden de parar la guerra. Sin resultado.
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