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El fracaso de una política

"ETA nos tendrá enfrente si actúa", así de contundente se mostró Xabier Arzalluz después de que ETA anunciara su decisión de volver a "hacer las actividades". Joseba Egibar dio un paso adelante pocos días después: si la banda volvía a matar sería un "fracaso" que obligaría a su partido "a revisar algunas cuestiones y la revisión de cuestiones también lleva a realizar una revisión de personas". Por si las consecuencias concretas de un nuevo atentado para la política del PNV no estuvieran claras, Egibar fue más explícito: si ETA empuñaba de nuevo las armas, el PNV se vería obligado también "a un cambio de escenario, a un cambio de actores".Todo esto es cita textual, no intento alguno de "acosar" al PNV por un crimen del que la única responsable es ETA. Pero en la estrategia política que guía al PNV desde el asesinato de Miguel Ángel Blanco, la posibilidad de mantener un frente unido y un acuerdo de legislatura con Euskal Herritarrok dependía de que ETA mantuviera su tregua indefinida. La tregua quedó rota con un comunicado unilateral de ETA, pero el PNV no se inmutó; la Guardia Civil interceptó un convoy cargado de explosivos, pero el PNV no se inmutó; apareció en fin un coche bomba que no llegó a explotar y el PNV siguió sin inmutarse. Más aún, mientras todo esto ocurría, su última asamblea ratificaba las tesis soberanistas adoptadas por exigencias del Pacto de Lizarra y ratificaba su unánime confianza a la dirección responsable del nuevo rumbo tomado por un partido centenario que siempre había sabido cohonestar en un solo cuerpo sus dos almas.

La liquidación de su alma autonomista ha arrastrado rupturas de muy difícil reparación para la convivencia y colaboración políticas entre los partidos nacionalistas y los constitucionalistas y entre sus respectivos militantes y electores. La fusión de voluntades frente al permanente recurso al terror que se puso de manifiesto como reacción al asesinato de los concejales del PP y a la liberación de Ortega Lara quedó pulverizada en minutos. El PNV optó entonces por recomponer el crédito maltrecho del nacionalismo huyendo hacia adelante y favoreciendo una alianza con los valedores de ETA sin exigir de ella la renuncia definitiva al uso de las armas. Se habló entonces de pistas de aterrizaje, de favorecer el retorno de los violentos a la política, de dejar las armas sin perder la cara. Y ante las advertencias de los riesgos que podría entrañar una política de cesión en la estrategia sin obtener nada sustancial en la práctica, la dirección del PNV frunció el ceño y elevó su agresividad contra quienes no podían comprender que un partido con su historia se dejara llevar a una aventura de muy incierta salida.

Lamentablemente, en primer lugar para el teniente coronel que ha perdido la vida, pero también para todos nosotros, ETA ha cumplido su amenaza. Ni ahora ni nunca conduce a nada el intento moralista de extender responsabilidades a quienes ni han cometido el crimen ni han incitado a que se cometa. Pero si sólo ETA es responsable, otros partidos deberán sacar las consecuencias políticas de este nuevo crimen: son idénticas y pueden formularse con las mismas palabras que las utilizadas por Arzalluz y Egibar en el pasado mes de diciembre. El PNV está obligado, en efecto, a revisar la situación, es decir, el pacto firmado en Lizarra y la política desde ese momento desarrollada; está obligado también por su propia palabra a prever un "nuevo escenario", esto es, una nueva política que implique un "cambio de actores" o de aliados: suspender un acuerdo con EH que se prometió dar por liquidado si ETA volvía a matar no es suficiente; está obligado, en fin, a realizar "una revisión de personas", o como señaló Egibar "a pasarnos nosotros abajo y otros arriba".

Esas tres consecuencias políticas fueron enunciadas por la actual dirección del PNV hace exactamente un mes si su política fracasaba. Es la hora del fracaso; es por tanto la hora de llevarlas a la práctica.

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