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Gesta guipuzcoana en Terranova

Maribel Marín Yarza

Los lobos de mar guipuzcoanos de mediados del siglo XVI nunca adolecieron de arrojo y coraje y con sus acciones en periódo bélico en Terranova consiguieron sembrar el pánico entre los marineros franceses. Así lo atestigua el libro Corsarios guipuzcoanos en Terranova 1552-1555, de José Ignacio Tellechea, que caba de editar la Kutxa. El escritor novela las acciones de piratería y pesca de algunos arrantzales de aquella época y reproduce los textos originales que sustentan su investigación. El escritor se topó con un documento y supo tirar del hilo. Encontró en los fondos del Museo Naval de Madrid la copia de un informe oficial que recoge la declaración de 14 capitanes armadores ante las Juntas Generales de Guipúzcoa, en la que informaban al rey Carlos V de sus vivencias en Terranova, de sus conquistas, de sus batallas en periodo bélico contra corsarios franceses que no eran sino pescadores del sur de Francia. "Lo chocante", reconoce Tellechea, "es que su lucha se trasladó hasta la lejana Terranova".

En 1530, unos años más tarde que franceses y británicos, los pescadores vascos descubrieron aquellas aguas. Faenaban en tiempos de paz y en periodo de guerra se vieron obligados a practicar la ley del más fuerte. Entre ellos Juan Erauso, tío carnal de la Monja Álferez, que compareció ante las Juntas de Guipúzcoa como declarante. En una ocasión, Erauso se topó en su trayecto a Terranova con otro marinero de Pasajes, el capitán Ituren. Cuando arribaron a puerto avistaron ocho naves francesas y se decidieron a intervenir. No tuvieron que lamentarlo.

En esta operación arrebataron a sus rivales las embarcaciones, se repartieron el botín y regresaron, cada uno por su lado, a casa. Porque como explicó ayer Tellechea, los barcos de los corsarios actuaban por separado. Estos lobos de mar con patente real de corso "no eran hombres guiados por la ley de la selva", manifestó. "Sus acciones estaban reglamentadas, hacían inventario y reparto de bienes y se exigía la fidelidad y una férrea disciplina". En caso contrario, se infligían unos "castigos salvajes".

Tellechea confirmó que con acciones como ésta "cundió el pánico en Francia". Nadie se atrevía a ir a Terranova porque los guipuzcoanos llevaron su lucha hasta el extremo. Llegaron a robar a los marineros franceses sus capturas de bacalao. Mas también ejercieron su generosidad. En más de una ocasión prestaron embarcaciones desarmadas a sus adversarios para que pudieran regresar a casa.

En cuatro años, los corsarios guipuzcoanos armaron 350 barcos y consiguieron arrebatar a los franceses un total de 1.000 naves. Las luchas se saldaron con cerca de 1.000 guipuzcoanos muertos y todas las consecuencias socioeconómicas que ello conllevó para la población. Los armadores declarantes se consolaban con que las bajas francesas fueron aún mayores, aunque fueran casi vecinos del otro lado de la frontera.

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