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La inagotable resistencia de la jarcha

En el Mediterráneo sólo existen dos territorios en los que se haya dado por dos veces un cambio de sistema lingüístico: Sicilia y la parte de España que tuvo a Andalucía por centro. Aunque aquí el fenómeno fuera mucho más duradero, en ambos lugares se habló una lengua latina y se cambió más tarde a otra arábiga para volver luego al sistema heredado de Roma.En un enclave tan romanizado como la Bética, el latín siguió, hasta el siglo VIII, el mismo camino que en otros con similar cultura, esto es, una evolución parecida a la del castellano, el catalán o el gallego. Sin embargo, este proceso fue cortado por el de la arabización, más lento, probablemente, de lo que a menudo se ha dicho, pero contundente; tan contundente como para hacer surgir en Al-Ándalus un dialecto arábigo propio y un sistema poético autóctono.

Hubo restos de todo lo anterior que resistieron: topónimos como Hispalis o Secunda (en Córdoba)..., gentilicios, vocablos sueltos y, en particular, unas pequeñas estrofas de origen latino, las jarchas, que permanecieron desconocidas para el mundo occidental casi hasta nuestros días al quedar injertadas en poemas arábigos o hebraicos escritos en esas grafías.

Los metros y rimas de las jarchas influyeron en estrofas más fuertes que ellas, como la moaxaja y el zéjel, hasta el punto de condicionarlas poética y, quizás, lingüísticamente, no sólo porque muchas de estas composiciones se expresaran en dialecto andalusí, sino, sobre todo, porque la jarcha era el nexo entre varias coplas y éstas debían disponer rima y sentido para enlazar con aquella; pero no llegaría solamente hasta ahí su fortaleza: tras el paso de la mayor parte de España a las coronas castellana y aragonesa, esas formas líricas continuarían vivas en villancicos, letrillas, coplas de estación o de faena...

El arabista Emilio García Gómez tuvo siempre en la cabeza -así, al menos, lo declaró en varias de sus conferencias- un libro que debería haberse llamado Veinte siglos de poesía española y que, por las razones que fuera, nunca vio la luz. Pero en algunos de sus estudios, y por medio del método de "calco rítmico", nos hizo ver, comparándolas, las similitudes de aquellas antiguas estrofas con algunas del jiennense Arcipreste de Hita, con otras del Siglo de Oro y con muchas de las que hoy son patrimonio de nuestro folclor o, incluso, del acervo flamenco.

"Arenal de Sevilla"

Hay jarchas que podrían haberse cantado por soleás o por martinetes, o algunas, como la que dice "Vayades a Isbiliya / fi zayy tadyr / ca veré a engannos / de Ibn Muhadir", son tan seguidillas como "Arenal de Sevilla / Torre del Oro / donde los andaluces / juegan al toro".

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Hace poco, el ministro marroquí de Comunicación, señor Larbi, dejaba caer una educada reconvención sobre el "abandono" por Andalucía de la poesía del granadino Abenaljatib o del cordobés Abenzaidum. Creo que ese abandono es relativo porque, aunque deberíamos tener más traducciones de sus obras -por lo menos, tantas como del poeta Rainer Maria Rilke- también es verdad que aquella línea poética siguió más viva de lo que pudiera parecer.

La jarcha, que se resistió a morir ante el árabe, y que volvió después a florecer de muchas formas en nuestra lírica en castellano, siguió mandando desde los estribillos de las coplas, que es donde nuestros cantares encierran su verdadero sentido. El de la sevillana anterior, por ejemplo, es éste: "Y las mujeres / se visten de mantilla / por sus quereres", y podría aplicarse igualmente a los engaños de aquel Muhadir.

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