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Reportaje:

Un canto en madera a la honradez política

La Asamblea de Madrid, el hemiciclo donde se sientan las 102 personas elegidas para representar a los pobladores de esta región, tiene un emblema insólito. Y singular. No es, como pueda creerse, la siempre flamante bandera roja de las siete estrellas de plata, que algunos sesudos identificaron con los siete Infantes de Lara y otros, menos informados, con la enseña del asiático y rojo vietcong. Tampoco lo es ese himno de la Comunidad, casi desconocido, al que dotara de letra el catedrático de Filología Latina Agustín García Calvo. La cámara parlamentaria, desde lo más prominente de Vallecas, donde encuentran expresión la capacidad y la necesidad de diálogo de los madrileños, donde los intereses mayoritarios se formulan y los minoritarios se respetan, tiene por verdadero emblema un magno bastidor de madera.No se trata de un bastidor cualquiera. Es la principal obra mural existente en Madrid del artista madrileño Lucio Muñoz, nacido en 1929 y muerto, prematuramente a la instalación de su obra, el 24 de mayo de 1998.Muñoz había sido en vida un artista consagrado a la creación y la ideación de nuevos universos estéticos. Su mural para la basílica de Nuestra Señora de Aránzazu, sobrecogedor, ya había anunciado en 1962 la estatura estética de este madrileño impar. Muñoz exhibió siempre una manera de involucrarse con el arte a la usanza de los grandes del Renacimiento: en su caso, su compromiso en la búsqueda de la belleza, que los críticos de arte definieron dentro de la escuela informalista, consistió en la descarnadura completa de la materia, señaladamente la madera para, una vez purificada por sus manos y reducida a su más remota elementalidad, hacerla narrar la realidad que en su seno alberga. Ese fue su mejor arte. Y así es la obra que sus discípulos y colaboradores, Alfonso Sicilia y Montserrat Gómez Osma, Álvaro Negro, Manuel Robledo y José Chacón, laboriosamente instalaron en el muro frontal de la Asamblea de Madrid con la congoja del recuerdo del maestro recién muerto, apenas unos días después de su fallecimiento.

El emblema de Madrid se llama La ciudad inacabada. La Asamblea dedica en su sede vallecana, hasta el 29 de febrero, una exposición para contar la historia de este mural. La muestra, que incluye una visita al hemiciclo, permanecerá abierta al público en el salón de actos del edificio contiguo al Parlamento (de lunes a viernes en horario de 10.30 a 14.00 por la mañana, y de 17.00 a 20.00 por la tarde).

Considerado por algunos como realmente prodigioso, extraño por otros y singular por todos: se trata de un retablo de doce metros por once y medio, dispuesto en vertical sobre el paramento frontal que decora el cierre plano del hemiciclo madrileño. Tiene 138 metros cuadrados de superficie. Está hecho con madera de fresno, cerezo, roble y contrachapados de pino, así como de limoncillo y otras maderas. Su realización se efectuó íntegramente en el taller de Lucio Muñoz de la Ronda de las Avutardas, en el Parque del Conde de Orgaz, al noreste de la ciudad.

A simple vista, La ciudad inacabada pareciera una superficie suavemente rugosa, levemente tratada, vagamente teñida por colores desmayados, idos; podría permitir pensar que fue dejada allí a la espera de que alguien culmine algún dia sus contornos a medio hacer. Pero, al instante, el iris comienza a impregnarse de significados procedentes de esa madera a primera vista tan caprichosamente dispuesta.

Lo primero que el ojo percibe es, precisamente, la prodigalidad del artista, su capricho en la distribución del color, el devaneo de la forma sobre el maderamen: la gozosa libertad con la que Lucio Muñoz sembró su pócima de belleza sin forma, de color sin perfil, empieza entonces a destellar en un fogonazo primerizo y abrupto. Luego, la mirada identifica perfiles suavemente configurados: techumbres piramidales de casas ideales; franjas enrejadas de trenzada trama; masas longitudinales de colores quedamente amarillos, asalmonados también; un ancho canalón transversal que surca el retablo de arriba abajo, hasta un suelo entablado limpio y puro. Todas las perspectivas, las dimensiones y los espacios posibles, todos los ángulos, convergen en ese entablamiento creado por el artista. Algunas junturas crujen primero, pero coexisten luego en armonía difícil, pero posible.

Así, La ciudad inacabada, ese estímulo al progreso incesante para todos pasa a convertirse, de la mano de Lucio Muñoz, en una metáfora viva de lo que debe y puede ser la política: conflicto, compromiso y sueño. Así, la arcaica honradez que solemos atribuir a la madera se torna en emblema de una ciudad que aspira a ser mejor.

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Pinceles, serruchos y sonatas

La madera es el elemento central del gran retablo de Lucio Muñoz que corona el hemiciclo. Tallada, quemada y pintada, con colores suaves y perfilada con grafito, la madera de la Asamblea de Madrid se convierte, por mediación del arte, en un reclamo a la honradez de la actividad política. Desde el paramento suavemente peraltado que La ciudad inacabada ocupa, el retablo, con su encrucijada de perspectivas y de volúmenes, se yergue como un reto moral que invita al despliegue del ingenio y del ideal en los parlamentarios. Lucio Muñoz, que empleó dos años en construirla, logró impregnar su obra con lo mejor de sus conocimientos. Enfrascado siempre en la reflexión, entusiasta del conversar, no iniciaba el tajo con su equipo sin antes haber dialogado. Respetuoso con la creatividad de sus colaboradores, conseguía guiarles hacia sus propuestas de una manera sutilmente respetuosa, según reconocen en los testimonios de los miembros de su equipo que la exposición exhibe.En el desafío empleó 2.000 metros lineales de madera tableada, 44 bastidores, 400 kilos de cola blanca, más de veinte pigmentaciones y colores distintos, 25 kilos de pasta de papel, cinco kilos de escayola, cuatro de clavos, tornillos y tachuelas, "más seis óperas de Mozart, nueve sonatas de Shubert, y catorce boleros de Machín", dice una cartela. Rodrigo, hijo pequeño de los cuatro que el artista tuvo con la pintora Amalia Avia, recuerda a su padre en su estudio "entre el soniquete de las sierras y los martillos, la fricción de las gubias, y los compases majestuosos de una pieza de Monteverdi".

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