Rojo, el fútbol natural
A Txetxu la vida le ha concedido una segunda oportunidad de vivir en las nubes. Antes de amargarle la copa al Madrid, hoy tendrá la ocasión de medir al Barça con su nuevo Zaragoza, un equipo de hierro con incrustaciones de acero. La aventura no ha sido sencilla; sólo por una afortunada sucesión de casualidades ha sido capaz de superar algunos de esos meses críticos en los que el presidente puede descolgar el teléfono y la guadaña. Identificado con su propio plan, emprendió sin embargo el único camino razonable para ponerlo en práctica: se puso la faja aragonesa y decidió insistir en él hasta el éxito o el despido.Bajo su inseparable abrigo de vuelo ancho no es sencillo reconocer en este Rojo vestido por Saint Laurent al Txetxu de cuello largo que tuvo la osadía de ocupar la banda izquierda de Guillermo Gorostiza y Piru Gainza. Y a pesar de ello es la última entrega de aquel muchacho cuyo porte de organizador desmentía a todos los fifiriches zurdos que conquistaban los estadios desde principios de los años treinta. Si nos atenemos a la música de las grandes alineaciones del Athletic, Txetxu era, para empezar, el último sonido de la delantera formada por Argoitia, Uriarte, Arieta, Clemente y Rojo. Pertenecía a la misma canción que Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza, y debería suceder en la proporción debida a aquel inolvidable quinteto que, convenientemente recitado por todos, había dejado de ser una línea para convertirse en un pentagrama.
Cuando Txetxu llegó al fútbol profesional se encontró, pues, con un panorama sombrío: desaparecidos Gorostiza y Gainza, él tendría la consideración de tercer hombre. Sin duda, el contraste diario con la imagen de sus dos ilustres antecesores impondría a su juego una dura prueba; unos dirían que era menos hábil, y otros, que era menos rápido, así que debería superar un oscuro destino de usurpador.
No obstante, el fútbol comenzaba a aceptar la figura del falso extremo. La preocupación defensiva de los entrenadores y el sentimiento de que todo partido se decidía irremediablemente en el centro del campo determinaron la rehabilitación de los antiguos interiores; en vez de esperar que los inevitables locos bajitos midieran su zancada con los laterales, deberíamos acostumbrarnos a un nuevo tipo de exterior, sin duda más pausado pero técnicamente irreprochable, que al menor descuido abandonaría la ruta del banderín de córner para tirar una diagonal hacia el punto de penalti. Precisamente fue en el Zaragoza donde hizo fortuna Carlos Lapetra, cerebro de Los Cinco Magníficos, que sería el más acabado ejemplar de la especie. Al contrario que sus colegas, Carlos no tenía obsesión alguna por desbordar y centrar; metido en su leve ritmo de habanera, salvaba cualquier obstáculo con un giro de cintura, y luego ponía a Marcelino y Villa en la boca de gol.
Como una recreación de aquel modelo, llegó Txetxu, se inventó una nueva autopista en San Mamés y nos dejó casi veinte años de juego transparente. Gracias a figuras como él comprendimos que el fútbol podía ser un deporte pulcro, hecho para la suavidad y el recreo, en cuyo cuadro de honor no sólo había un lugar para leones como Zarra, gamos como Piru o chopos como Iríbar.
Gracias al calendario de Liga y a los azares de la Copa, desde mañana podremos soñar con una delantera que nunca existió.
En ella, Uriarte se llamará Santi Aragón; Clemente, Ander Garitano, y Arieta, Savo Milosevic.
Por los toboganes de la izquierda, el lado del corazón, seguirá deslizándose Txetxu Rojo.
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