Condena
NEGRITASEmilio Calatayud, el juez de Menores de Granada, ha condenado a un joven de quince años por haber golpeado a una mujer en un ojo a escribir veinte folios sobre El derecho a la propiedad y la libertad de movimiento de las personas. Este cronista, si se viera envuelto en una situación similar, se resignaría a picar piedras en una penitenciaría antes que devanarse los sesos en cuestiones tan complejas. Me pregunto cuántos adultos decentes serían capaces de emular la hazaña de este menor. Andrés Ollero y Antonio Jara, sesudos profesores de la facultad de Derecho de Granada, seguro que sí, pero ¿cuántos más?Supongo que si el joven además le hubiera roto una pieza dental en el forcejeo habría tenido que improvisar otros tantos folios sobre los diámetros mesiodistales en la dentición mixta o sobre las diferencias entre la percepción de la extensibilidad muscular y el conocimiento de las delineaciones del raquis en el plano sagital.
Con varias condenas de este tipo cualquier delincuente precoz está preparado para ingresar en la Universidad. Si los jueces condenaran a todos los delincuentes a redimir sus fechorías mediante un trabajo intelectual los chorizos reincidentes atracarían armados de elocuencia y amenazarían en latín. ¡Qué hampa más cultivada! ¡Qué truhanes más sabios!
Estos arduos castigos culturales que imponen ahora los jueces de Menores son la lógica evolución de un tipo de martirio libresco cuyo origen más remoto consistía en sostener en las palmas de las manos, con los brazos en cruz, dos enciclopedias. Antiguamente las condenas infantiles eran más llevaderas. Por ejemplo, bastaba con escribir cien veces "no hablaré en clase". O doscientas. Pero jamás hubiera sido menester redactar treinta folios sobre el valor del silencio y la elipsis en la poesía mística de Siglo de Oro. La crueldad intelectual era más burda porque estaba en un estadio de desarrollo inferior. El refinamiento aplicado en los castigos antiguos -"no hablaré en clase, no hablaré en clase"- estaba emparentado con la atroz monotonía de los martirios chinos.
Ahora no. Ahora robas una gallina y un juez filantrópico te condena a escribir una memoria de licenciatura. O veinte sonetos de amor y una canción desesperada. Esta teoría sostiene que la cultura es un arma de remisión de conciencias. Quizá un día aparezca en el Código Penal.
ALEJANDRO V. GARCÍA
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