Caudillos y caudillitos
A. R. ALMODÓVAR
Poco después de las elecciones generales del 77, se constituyó en Torremolinos la Asamblea de Parlamentarios Andaluces . Fue el impulso inicial a la autonomía de nuestra región. En aquellos preámbulos de democracia mucho se discutió si Ceuta y Melilla deberían formar parte de Andalucía o, por el contrario, tener su propio régimen autonómico. Al final triunfó esta tesis, frente a la otra, que era, histórica y socialmente, mucho más razonable. El verdadero motivo por el que se dejó a esas dos ciudades españolas como a dos asteroides orfandados, fue que, de haberse admitido a sus representantes en la Asamblea de Torremolinos, el signo de la política andaluza hubiera resultado bien distinto del que fue y ha sido. Ésa es la verdad histórica. Como que Ceuta y Melilla no han hecho más que pegar tumbos desde entonces.
Ahora es el tiempo de los lodos. La visita relámpago de Aznar la semana pasada a esas poblaciones ha puesto la guinda a un pastel indigesto, amasado con la más caótica amalgama de errores consecutivos: casi veinte años hacía que ningún presidente del Gobierno pisaba esas tierras. (Felipe González ni se lo planteó, al parecer por no herir susceptibilidades del vecino alauita(!]. Los partidos de ámbito nacional se dejaron llevar por sus respectivas inercias, y sólo así se explica que una ex concejala del PSOE (perfectamente desconocida en Ceuta, pero con las bendiciones del aparato) se vendiera al GIL en pública subasta. El PP se dedicó a reclutar a gente de aluvión de la derecha más montaraz, buena parte de la cual se ha ido pasando también al GIL, o a otros partidos locales, para formar confusas mayorías. En realidad, el primer objetivo de la fulgurante visita de cuatro horas ha sido tratar de parar la sangría que se está produciendo en el partido del gobierno hacia formaciones más sustanciosas. (Al mismo tiempo que lo abandonan gente más de centro como Pimentel o Amalia Gómez).
Y, por fin, la visita. De poco le ha servido al señor Aznar su atuendo dominguero, pues al final él mismo reconocía ante su escaso auditorio melillense: "yo soy el presidente del Gobierno de España". (Además de capciosas alusiones a caudillitos, que en esos lugares todavía despiertan fuertes resonancias de contraste, sin el diminutivo, y en singular, naturalmente). Pues claro. Y claro que las instituciones locales se han sentido ofendidas, por olímpicamente despreciadas. Al fin y al cabo, y aunque no gusten, son instituciones democráticamente hechas, o rehechas. Pero ha sido él, con su juego de las equivocaciones, quien les ha proporcionado ese otro disfraz para que hicieran el numerito de rasgárselo con toda clase de aspavientos. Pura comedia, de un lado y del otro.
Es muy deseable que nadie abra el melón constitucional en mucho tiempo. Pero si alguna vez esto sucede, no estaría de más que se empezara por el Sur -no por el Norte-, y que Ceuta y Melilla se incorporaran a su ámbito natural: Andalucía. Y mejor que el PSOE emprenda resueltamente la iniciativa federal, no sea que se nos adelante tanto españolismo salvador, y desde el Norte, pero de África. Que da como un poco de cosa.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.