Un gran gol de Edmundo y victoria del Vasco
Pase la que pase luego, el primer Mundial de clubes de la historia habrá merecido la pena. Ya hay un gol para la posteridad que justifica por sí solo todo el campeonato. Lo marcó Edmundo, que se pareció a Pelé y a Maradona en una maniobra hermosa y monumental, en un delicioso cuento de fútbol que apenas duró un par de segundos. Edmundo dio unos pasos desde la frontal en dirección al centro del campo y pidió el pase; con Silvestre en el cogote, el delantero del Vasco recibió la pelota a la altura de la media luna del área y de espaldas a la portería, instante que aprovechó para meter el pie derecho debajo del balón y mentir al defensa y a la lógica: la pelota y Edmundo se marcharon cada uno por su lado, dejando a Silvestre clavado y roto en el medio, y se reencontraron en el punto de penalti. Lo demás, antes de que llegaran al cruce Stam y Bosnich, fue remate, gol y gloria.La joya del partido, eso sí, llegó cuando todo estaba resuelto. Cuando el Manchester ya se había suicidado. Todavía respiraba, porque sabido es que este equipo se resiste a su muerte incluso después de su entierro, pero su propio defensa Gary Neville ya le había asestado dos puñaladas en todo el corazón. Dos lances incomprensibles que pusieron en bandeja la goleada al Vasco de Gama. Estaba el encuentro en su fase indefinida, con uno y otro equipo acomodándose, estudiando el terreno, moviendo los primeros peones, cuando el mayor de los Neville cometió los dos errores más absurdos de su carrera y ante una pareja como Romario y Edmundo. Después, casi todo sobró.
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