Rebajas
Hay una inducción a comprar por Navidad y otra a comprar por las rebajas. Desde diciembre hasta marzo discurren dos temporadas de la compra que revelan al individuo su profunda categoría de consumidor. Las elecciones políticas se celebran cada varios años y entonces se acentúa la categoría de ciudadano, pero las campañas compradoras llegan por estaciones y con ellas la fuerte consciencia consumidora.Hay, sin embargo, diversas naturalezas dentro del quehacer consumista. Existe, de una parte, el consumidor que compra porque acaso necesita la mercancía y, de otra, el que compra porque necesita, netamente, comprar. En diciembre y enero se concentra esta modalidad pura, sólo en apariencia vana. Por la compulsión de la Navidad se compra, en buena medida, para comprar a los demás, mientras en las rebajas se compra, ante todo, para uno. La compra de los regalos navideños es un depilfarro unido al acto de relación social, mientras la compra de las rebajas resulta un desquite del yo unido a la secreta ventaja del ahorro. Con los gastos de la Navidad se da más de lo que se calcula, pero en las rebajas se calcula especialmente lo que no se da. Lejos de lo que pudiera parecerle a un observador de otra cultura, las rebajas no prolongan los grandes dispendios de las fechas navideñas, sino que vienen a enjugar sus excesos. En realidad, simbólicamente o no, las rebajas tratan con los restos, los detritos. Ahora la población engulle lo que ha sobrado, como si prolongara su nutrición tras el banquete a base de los residuos que quedaron en los platos. Así se acude a los mostradores y se revuelve en los expositores como escarbando en los montones de lo excedentario y así, de la misma manera que si se hubiera logrado un bocado furtivo, se vuelve a casa con la prenda convertida en un imprevisible trofeo.
En la radio, los expertos de la OCU o asociaciones por el estilo previenen contra la tentación de comprar por comprar con el fin supuesto de neutralizar la patología del despilfarro, pero no hay compra menos depilfarradora que ésta. Gracias a las rebajas, el consumidor vive la gozosa fantasía de ahorrar mientras va pagando o el sueño, absoluto y supremo, de ganar y ganar más a medida que más gasta.
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