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Una noticia XAVIER BRU DE SALA

A lo mejor, y muy a mi pesar, me debo de estar volviendo periodista. Altrimenti no habría pedido, en mi carta anual a los "queridos Reyes Magos", una noticia. Tengo de todo, menos lo que no me conviene aunque lo desee. Me apesadumbra una insoportable frustración porque soy de los que se habían hecho ilusiones sobre el efecto 2000. Sólo me consolaría una noticia. Una noticia que lo sea de verdad. Si no es mala, mejor, pero entonces deberá tener mayor impacto. Así podré lucirme escribiendo un artículo digno de ser recordado cinco minutos, en estas fechas en las que los pocos que están se sienten obligados a hacer como si no estuvieran y rehúyen el quiosco.En Navidad y Año Nuevo hay dos días sin periódicos. No se nota, porque los países, como si fueran una tienda, echan la persiana y celebran las fiestas en el interior de no se sabe qué. El día de Reyes es distinto. Nosotros seguimos con el candado puesto una semana más, pero el mundo abrió el día 2 y no volverá a cerrar hasta Semana Santa. Podría pasar algo. Incluso sin la pequeña ayuda sobrenatural que con tanta intensidad he solicitado.

Antes de levantarme, repaso entre dos sueños los titulares de días anteriores. Nada. Algunos parecen noticias. Las muertes con nombre y apellido sí lo son, y más si el finado es ilustre. Noticia sí. Novedad no. Bueno, sí para los que conciban la vida como un tiovivo del que nunca van a apearse. A no ser que les toque ese reverso de la lotería llamado estadística luctuosa: dos muertos más en las carreteras que el año pasado durante el puente, aunque dos menos en el trimestre y casi los mismos en el conjunto del año, si bien España gana a Cataluña a los puntos. Treinta en el choque de trenes de Noruega. Muertes anónimas, sin rostro. La muerte al por mayor y la de los famosos producen grandes impactos mediáticos. Pero mientras que la huella de los segundos, en caso de existir, estaba labrada en vida, la primera no deja el menor rastro. En el mundo de los que siguen esperando una noticia no cambia nada. Máximo una revisión de las medidas de seguridad, siempre prometida y jamás verificada. La muerte de los mitos, la de mayor despliegue mediático, ni eso. Que el museo de Lady Di sea un fracaso sólo es noticia para los ilusos, los que creían en la invariabilidad de los estados de ánimo colectivos. En todo caso, una morticia no es lo que en mi carta se entiende por noticia.

¿Y la tragedia con final feliz del avión secuestrado? Puesto que las tragedias no tienen final feliz, debe de tratarse de un afortunado drama. Los rostros de nuestros compatriotas llegados del infierno fundamentalista reflejaban, más que la angustia pasada -sin duda una experiencia terrible-, satisfacción por ser centro de tantas miradas y atenciones. En los rostros de muchos telespectadores estaba pintada una insensata envidia: "Por lo menos a ésos les ha pasado algo importante en la vida. Una semana seguida descargando auténtica adrenalina a chorros y, por si fuera poco, otra de protagonismo mediático a tope". Uno de los éxitos de la noche de Reyes fueron unas latas como de conserva en cuyo interior había vales sorpresa para experiencias con aventura incorporada, del salto en paracaídas al despeñamiento por cascadas, muy apropiadas para los que bostezan en el Dragon Khan. Si hicieran caso a la audiencia, los avispados directores de los medios audiovisuales, los que han convertido los reportajes sobre los Serenguetis del mundo en culebrones, pondrían las noticias de los secuestros aéreos en la sección de deportes de aventura.

Lástima que el propósito de enmienda de Rivaldo tuviera lugar un poco antes de la cabalgata. Si se llega a arrepentir unas horas más tarde, hubiera quedado eternamente agradecido a los queridos Reyes Magos por satisfacer mi hiperbólica petición. Eso sí fue noticia. Y encima saltó a contracorriente, cuando reinaban las peores expectativas. Los amenazadores nubarrones que se cerraban sobre el vestuario se disiparon en un santiamén. El equipo ganó sin jugar. Los rivales se volvieron asequibles.

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