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Huellas del territorio

JOSU BILBAO FULLAONDO

En la calle Heros de Bilbao se abre después de Reyes Artegintza, una nueva sala de exposiciones. Sus promotores, Ana Uriarte y Xabier Sáenz de Gorbea, la inauguran con una muestra colectiva donde la fotografía se codea con otras ramas artísticas. Uno de los autores de esta especialidad es Javier Landeras (Bilbao, 1965). Exhibe tres imágenes de su trayectoria ampliadas sobre aluminio, un soporte rígido, estable, sin marco ni cristal, sin bordes, a sangre, hasta donde la cizalla ha cortado la plancha metálica, para dejar acceso más directo al contenido. Paisajes complejos, huellas de territorios que extrae de sus paseos y recorridos por campo o ciudad. Modelos conceptuales con cierto grado de austeridad compositiva que invitan al espectador a la reflexión sobre el porqué de esa manera de hacer.

Cuando desde el estudio de Landeras se contempla el desmonte de lo que fueron pozos mineros, camino de convertirse en el nuevo barrio de Miribilla, es más fácil entender su trabajo y la importancia de la fotografía como herramienta para descubrir el paisaje (sus transformaciones) como referente de la actividad humana. Un planteamiento nacido de una inclinación juvenil por la expresión plástica, una vocación enriquecida durante su licenciatura en Bellas Artes de Leioa, en la especialidad audiovisual, y, finalmente, con la defensa de su tesis doctoral titulada Conceptos e imágenes sobre el paisaje. Espacio, lugar y territorio en el discurso fotográfico (1962-1999). Una investigación en la que está presente la sensibilidad transmitida por su profesor Pachi Cobo.

En su actividad profesional combina la docencia en un instituto de Pamplona y la realización fotográfica. Su estilo surge de un crisol donde se han combinado postulados de muy distinto signo. Construye un discurso denso y depurado. Sus imágenes forman parte de una historia bien hilvanada que destila una critica social sin relegar aspectos artísticos. En sus paisajes exteriores realza una querencia hacia la botánica como un vínculo natural del hombre con la naturaleza. Muestra conocer el lenguaje estructural de la fotografía y establece un punto de vista frontal con sus motivos. Los envuelve con luces homogéneas y permite encontrar un amplio abanico de matices. La foto de la pequeña casita que se descubre entre arboles, al fondo de un terreno arenoso, es reflejo de esta práctica. Su delicada saturación de pigmentos la hace más elocuente. Ampliada en un formato de 1,5 por 1,25 metros, descubre al máximo los detalles. En la pared de la galería, como juego íntimo con el diseño gráfico, se deja acompañar por breves textos en francés. También matizan el contenido y son segunda llave en el camino de la interpretación.

Recupera la ciudad desde una visión fragmentada en múltiples símbolos. Fachadas, ventanas o balcones cuyas formas, líneas y texturas, tomadas desde una aparente neutralidad óptica, ofrecen significados metafóricos no carentes de belleza e interés. En estos mismos territorios emergen paisajes interiores. La disposición de baldas, mesas, sillones, libros, ropas o decorados, el orden o el desorden en cocinas o salones son motivo fotográfico desde donde se descubre a una persona. Es un chequeo psicológico en base a los pequeños detalles. Pequeñas partes nos explican el todo en un singular ejercicio metonímico.

Son composiciones que escapan de la más estricta ortodoxia académica. La cámara parece no estar movida con intencionalidad alguna, no quiere asombrar con extravagancias, adopta un talante de sincera objetividad, se manifiesta humilde, sin rebuscar puntos de vista. Desde las cosas más inocuas, poniendo en evidencia simetrías y formas, objetos y materias, conforma un complejo escenario. Así, con un discurrir sigiloso, y sin querer perturbar el espacio vivido se adentra en el reflejo de una intensa intimidad, desbordada por sentimientos profundos y sinceros. Una pauta rigurosa que permite asimilar su obra a las prácticas artísticas conceptuales y minimalistas.

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