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Las vírgenes locas

"Fue nuestro tiempo -escri-bió mi abuelo José Ortega Munilla poco antes de su muerte- el de la Regencia de María Cristina... Ahí están Cánovas y Sagasta, Sarasate y Gayarre, Zorrilla y Campoamor. Ahí están Vico, Rafael Calvo y Ricardo Zamacois. El Papa León XIII celebra su jubileo. Muere don Manuel Fernández y González. Se inaugura la Exposición de Barcelona asistiendo al homenaje a la Reina Cristina barcos de guerra de todas las naciones... Aún daba el sol en las bardas de Castilla... Se estrena La Gran Vía, el éxito teatral más grande de que hay memoria. Salmerón tronaba contra la Monarquía, y Pi y Margall contra la España unitaria...". Y era creencia extensa que la Reina Regente llamaba a consulta muchas veces a mi abuelo, buscando su consejo y su conocimiento del ruedo nacional.Yo pienso que la década de 1885 a 1895, con todos sus problemas y luchas de los políticos, fue un periodo en el fondo tranquilo bajo la ponderada autoridad de María Cristina, la cual hizo, contra lo que se esperaba, buenas migas con Sagasta, siempre vigilado por Cánovas. Un decenio apacible en el que el periódico familiar, El Imparcial, era el más vendido e influyente. Lo dirigía por entonces el joven Rafael Gasset muy apoyado por su cuñado Ortega Munilla que escribía fondos, artículos y sobre todo, dirigía Los Lunes de El Imparcial, la hoja literaria que mi abuelo llevó a su máximo esplendor, hasta el punto que colaborar en ella, para los noveles, era la puerta indispensable para alcanzar renombre en el mundo de la cultura. Allí colaboraron los escritores de su generación: Clarín, Emilia Pardo Bazán, Palacio Valdés, etcétera; pero también los de la generación anterior como sus admirados Galdós, Valera y Zorrilla. Pero su mayor mérito fue dar entrada a los que iban a destacarse en la generación siguiente a la suya: los poemas de Rubén Darío aparecieron por vez primera en España en las columnas de esos Lunes y ya en 1895 aparecen las firmas de los jóvenes Unamuno, Valle-Inclán, Azorín y Benavente.

Todo ese trabajo en el periódico no le impedía a mi abuelo seguir publicando novelas; precisamente en 1884 aparece su mejor novela, Cleopatra Pérez, antecedente e inspiración de Fortunata y Jacinta, la novela cimera de Galdós, publicada en 1887, como ha demostrado Pedro Ortiz Armengol.

Pero aún tenía tiempo Ortega Munilla para divertirse colaborando en publicaciones humorísticas, como el Madrid Cómico que dirigía Sinesio Delgado, autor además de varios sainetes de ambiente madrileño. A él se le ocurrió la idea de "escribir y publicar en el Madrid Cómico una novela sin género ni plan determinado y de la cual cada capítulo ha de ser original de un autor diferente, que lo firmará y se retirará de la palestra". Acudieron a la convocatoria doce escritores que entregaron sus trabajos, escritos en la década apacible a principios de 1886. Eran nada menos que Jacinto Octavio Picón, Clarín, Ortega Munilla, Vital Aza, Pedro Bofill, José Estremera, Eduardo del Palacio, Ramos Carrión y Luis Taboada, por citar los más destacados entre los doce autores. El título lo impuso el propio Sinesio Delgado, Las vírgenes locas, pero sin dar ningún pie forzado a los colaboradores, los cuales recibían por su intermedio el capítulo escrito por el autor anterior en una sucesión que había fijado el propio director. El primero de ellos, Jacinto Octavio Picón, cuyo capítulo se titulaba Donde el lector empieza a saber quiénes eran las vírgenes locas, creaba los protagonistas sin que estuviera asegurada su permanencia en capítulos posteriores. Y cada uno de ellos procuraba complicar los acontecimientos para dejar muy difícil al siguiente continuar la narración. Así Picón dejó troceado al que había condenado a muerte la secta de esas vírgenes locas y mi abuelo -que era el segundo autor- tuvo que vérselas para resucitarle. Ese segundo capítulo se titulaba En que se sabe que algunas vírgenes locas eran locas pero no vírgenes. Mi abuelo supo salir más o menos airoso del trance pero dejó el relato muy difícil para el autor que le seguía, Ramos Carrión (famoso después por el libreto de Agua, azucarillos y aguardiente), porque el mago que recompuso el cuerpo del protagonista devolviéndole a la vida, "por un error de ajuste le he puesto a este caballero la cabeza al revés".

Es muy de elogiar, y representa una valentía editorial, que se haya reeditado esta obra por las Ediciones Lengua de Trapo, de Madrid. Un ejemplo más de las editoriales pequeñas que saben buscar su vocación en terrenos difíciles, interesantes e inexplorados. La edición que comentamos ha estado a cargo de Rafael Reig, licenciado en Filosofía por la UAM y doctor de la State University de Nueva York. Sabe destacar junto al interés literario, histórico y cultural de esta extraña y divertida novela su interés crítico para "el devoto de las teorías literarias que tendrá a su disposición una mina casi inagotable: inconsciente colectivo, orden simbólico, metanovela, narración edípica, teoría lacaniana del espejo, feminismo...".

Aunque pocos años después vendría el desastre de Cuba y Filipinas, esos años apacibles fueron una época divertida y de buen humor como lo demuestra esta felicitación de fin de año que dejó Zorrilla a mi abuelo al no encontrarle en su despacho: "Mi querido José Ortega Munilla, le desea buen año y buen dinero, el poeta más viejo y marrullero de la nación, José Zorrilla".

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