Mirando a la Rusia decimonónica
JOSÉ LUIS MERINO
Con el enunciado La pintura rusa del siglo XIX en la Galería Tretiakov, se presentan en Bilbao, en la sala de exposiciones del BBV (plaza San Nicolás, 4), medio centenar de obras. A través de los cuadros mostrados, se entra de golpe en el mundo de la música y literatura rusas del siglo pasado. En la música, mediante la iconografía de retratos de compositores como Mussorgski y Cui, pintados por Repin, y Rimski-Kórsakov, al que pintó Serov. Sólo faltan los retratos de Balakirev y Borodin, para completar el Grupo de los Cinco, creadores del nacionalismo musical ruso. En la literatura, hay retratos de algunos escritores, como uno del citado Repin a Tólstoi, y otro deKramskói a un escritor de segundo orden, Grigórovich, pero cuya obra pictórica es de primer orden.
Para corroborar el nexo con la literatura, no pocos de los temas elegidos por los pintores parecen surgidos de las novelas de Dostoievski, Pobres gentes (1846), Noches blancas (1848), Humillados y ofendidos (1866) o Crimen y castigo (1866), e incluso de la singular obra de Gogol Almas muertas (1842). Por otra parte, el cuadro Cosacos respondiendo al sultán turco, de Repin, se diría que proviene de la novela del mentado Gogol Taras Bulba (1835). También los primeros cuentos de Chéjov contienen un sabroso material temático para los artistas rusos de final del siglo XIX.
En lo estrictamente plástico, merece especial atención el pintor Ivanov, con tres obras, sobre todo la titulada Retrato inacabado de Victoria Marini. Este artista fue amigo de Gogol. El pintor Levitán, amigo íntimo de Chéjov, participa con tres paisajes de diferente factura, pero de gran intensidad pictórica. Excelente el cuadro titulado, El deshielo, pintado en 1871 por Vasiliev, donde la complejidad de la luz está trabajada con mano maestra.
Dos obras de signo opuesto, mas de gran enjundia, representan a Vereschaguin, quien fuera uno de los primeros antibelicistas del arte. El cuadro antibélico lo pintó mimando cada pincelada, en tanto la otra obra, la del atrio de la iglesia, ejecutada 17 años después, posee unos trazos sueltos, que buscan el desgarro expresivo por encima de todo. Extraño, con la atracción de lo oscuro infernal misterioso; así puede calificarse el cuadro de Gué, sobre la conciencia de Judas. En esta obra la pastosidad de la materia se yergue dominante en el lienzo. De la noche tenebrosa del ambiente sobresalen tres tenues focos de luz: la espalda de la figura en la sombra, el inicio del sendero y lo que parecen unas llamas a lo lejos. Este pintor retrató a Tólstoi, y muy bien, por cierto, en 1884.
Una de las obras más espectaculares, que no la mejor, lleva la firma de Dubovskói. En el lienzo unas nubes enormes tratan de amedrentar al pedazo de costa y hasta al mismísimo mar. El espectador se identifica con ese momento antes de la tormenta. Para completar la escena podía intervenir Chéjov definiendo el instante con su inimitable precisión: "Tenía el mar un color lila, con una senda dorada para la luna".
La nómina de obras de interés es extensa. Recordamos una costumbrista de Korsujin, En la posada del monasterio, realizada sobre cánones de alta escuela académica; las dos de Perov, cargadas de tono literariamente descriptivo; una de Fedótov, fechada en 1850, pormenorizada con suma ironía; la titulada Estudiante, de Yaróshenko, hecha con sobria calidad. Como son espléndidos los retratos ya citados de Mussorgski y Grigórovich, pintados por Repin y Kramskói, respectivamente. No puede pasarse por alto el retrato de Tólstoi, leyendo tumbado en la hierba.
Con la presente exposición se comprueba cómo en aquella época pasada los artistas rusos pintaban inspirados y empujados -con mejores o peores resultados-, por el viento de la libertad. Años después, los artistas fueron obligados a pintar por decreto. De la libertad del artista ya no se supo. Las consignas panfletarias lo inundaron todo.
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