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GUERRA EN EL CÁUCASO

Las lecciones de Nochevieja

La ofensiva rusa del 31 de diciembre de 1994 sobre Grozni terminó en un gran fiasco

Ramón Lobo

Los estrategas militares del Kremlin conocen la lección. En la primera guerra de Chechenia (1994-1995), el mando ordenó la conquista de Grozni. Ésta no parecía plantear problemas: un Ejército poderoso, heredero de la extinta URSS, se enfrentaba con medios desiguales a un puñado de guerrilleros con Kaláshnikov. La incursión en Grozni de una columna de carros de combate, con mapas equivocados, comenzó en la tarde del 31 de diciembre de 1994. Avanzaron sin oposición.Los guerrilleros, al mando del responsable del reabastecimiento de la ciudad, Abú Musáiev, les aguardaron en las calles más angostas. Allí, cuando el terreno se tornó propicio para la emboscada, cayeron sobre ellos armados con decenas de PRG-7 (lanzadores de granadas anticarro). Para los guerrilleros fue sencillo: bastaba con destruir el primer carro y el último para bloquear toda la unidad. Las imágenes de decenas de soldados rusos carbonizados encima de sus blindados llegaron al Kremlin.

Moscú cambió de táctica. En vez de tomar la capital chechena, optó por destruirla con su artillería y aviación. La batalla por Grozni ( significa El Terrible) duró algo más de un mes. Las bajas fueron cuantiosas, sobre todo entre los civiles, que entonces, como ahora, sobrevivían en decenas de refugios y túneles, sin apenas víveres y bebiendo el agua licuada de la nieve. La mayoría eran rusos o de las nacionalidades del viejo imperio zarista, condenados a la inmovilidad por ausencia de dinero o de parientes.

Unidades de élite

En aquella ocasión, el mando ruso envió al frente checheno a hombres poco experimentados y pésimamente pertrechados. Esta vez, el asalto sobre la capital está en manos de tropas de élite, veteranos de Afganistán, o de cuarteles de intervención inmediata. Se ha evitado la conquista de ciudades por parte de la infantería, prefiriendo el concurso casi exclusivo de la artillería o la aviación, sin tener en cuenta lo que en el lenguaje militar se califica como daños colaterales; es decir, muertos y heridos entre la población civil.

Las diferencias entre las dos guerras son evidentes. Moscú, tras los fiascos afgano y checheno, no puede permitirse una nueva derrota en el Cáucaso si es que desea preservar sus actuales fronteras, herederas del expansionismo de los zares. Hay en juego principios políticos e intereses económicos (el petróleo del Caspio, entre otros).

Los chechenos, que sufrieron en los años cuarenta las deportaciones de Iósif Stalin (que causaron decenas de miles de víctimas), admiten que no son capaces de enfrentarse con éxito a la maquinaria bélica rusa.

Su esperanza esta vez, como en 1994-1996, es sostener una prolongada guerra de guerrillas, de desgaste permanente, y forzar la negociación. En la primera guerra lo lograron; en la segunda dependerá de las elecciones presidenciales de junio y de la capacidad del Kremlin de financiar el conflicto. En ese punto, el mando ruso también ha sacado sus lecciones: si controla las montañas del desfiladero de Argún y corta la frontera con Georgia, la guerra de guerrillas será una utopía. El único problema es cómo poner puertas (cerco) al campo.

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