_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Los hechos mienten?

"Los hechos mienten". La primera vez que se lo oí de viva voz a Adorno -en aquel momento la gran luz de la Teoría Crítica- fue en clase, en el aula máxima de la Goethe Universität (Frankfurt a.M.). No, no era sólo una de las paradojas que gustoso insertaba en su discurso de profesor y esteta, sino que le venía de veinte años atrás: en 1937, después del cierre del Institut für Sozialforschung y de la forzosa emigración de sus miembros y de la incautación nazi de sus más de sesenta mil volúmenes, Horkheimer -en el famoso artículo Teoría tradicional y teoría crítica- había arremetido contra la vigente concepción de la ciencia, que haría depender su validez de que las proposiciones derivadas de ella estuvieran en conformidad con los hechos. Horkheimer se había rebelado contra una ciencia del hombre que practicaba un mimetismo estéril y copiaba servilmente el método de las ciencias naturales, simplemente porque su deslumbrante seguridad y su aparato matemático causaban la envidia de filósofos y sociólogos. Ahí acusa a la teoría tradicional de no enterarse de que los hechos sociales, y hasta los mismos sujetos que los observan, están constituidos por un proceso histórico y contaminados por él. Por eso "mienten", porque su contaminación, como corteza gigante, oculta una superior realidad.A la luz de cómo los críticos de Frankfurt analizaban la "mentira" de hechos sociales del capitalismo o la "mentira" del llamado "centrismo democrático" del PCUS, ¿no valdría la pena fijar por un momento la mirada en un hecho político-social de hoy, capaz de "mentir" a lo teoría crítica? Está ahí, flamante, la gran marcha hacia la tercera vía (autodeclarada como centro) de la socialdemocracia anglogermana y la marcha de la derecha, también la española, hacia el centro. Está de moda. Otra vez está de moda.

Ahora han sido Blair, el premier del Reino Unido, y -muy apoyado en él- Schröder, el Kanzler de Alemania, quienes la han convocado a la escena europea. El texto de la proclamación -a pesar del tufo electoralista que despedía la fecha del 8 de junio- ha provocado por doquier reacciones en pro y en contra que atestiguan su appeal político, tanto en las elecciones al Parlamento Europeo como en las elecciones alemanas regionales (en los länder) y, sobre todo, en las filas del socialismo francés. Su apelación a la tercera vía subraya, aunque sea por pura tautología, el afán por diferenciarse como tercera de las otras dos vías predominantes: una, la vía obviamente de la derecha, que, más conservadora en el Reino Unido que en Alemania o incluso que en la misma España, viene inspirada desde atrás por un capitalismo de fondo, por su ansia de beneficio -condensado en dinero contante-, sigue encastillada en su autoritarismo como cargada siempre de razón, sin afrontar con eficacia las crecientes y cada vez más inhumanas desigualdades, y dos, la izquierda, la "vieja y obsoleta" izquierda, que, absorta en sus ideales irrenunciables y en sus reivindicaciones sociales (utópicas o no, con o sin Sitz im Leben), a menudo se ha estrellado contra algunas leyes endógenas de la economía, como la que hace depender intrínsecamente el mecanismo de producción de la renta del mecanismo de su distribución o la que marca límites al gasto presupuestario viable y eficaz si no se sustenta desde la adecuada producción y el imprescindible ahorro. Todo ello se ha traducido más de una vez en peor utilización de recursos y, con dolorosa experiencia, en imposibilidad de igualación social hacia arriba. Esta tercera vía de última hornada recupera con decisión para la sociedad civil -por delante del Estado- la titularidad del ser político y el protagonismo económico y cultural; con ello, la defensa de la iniciativa privada, del mercado libre y, allá en el fondo, la vigencia del principio de subsidiariedad (tan acentuado por el Gobierno conservador en el Tratado de la Unión Europea -Maastricht-), que limita la intervención de una instancia superior a los momentos de insuficiencia de la inferior.

Ante estas formulaciones de fondo de la tercera vía anglogermana, ¿es de extrañar la poderosa reacción, nítidamente enfrentada, desde el seno del socialismo francés más próximo a Jospin? No entra de lleno en el tema de esta página, pero permítaseme una alusión: el socialismo francés -y toda la Francia profunda- se resiste a relegar al Estado a un papel subsidiario, alejado del núcleo del cosmos social. El Estado deberá seguir siendo el supremo garante de que cada ciudadano encuentre su ubicación en la sociedad. La alarma francesa salta también al afrontar el "mercado libre". A muchos de mente liberal siempre nos ha parecido un formidable instrumento económico, sin duda absolutamente necesario y, a la vez, manifiestamente insuficiente. Los socialistas franceses parecen ir más lejos y, aunque le reconocen como "incomparable fuente de riqueza", advierten de que ese mecanismo de la libre oferta y libre demanda, con frecuencia insoportable, conduce a lo injusto y a lo irracional. Por eso insisten en "sí a la economía de mercado, no a la sociedad de mercado". Hay valores en la democracia no sometibles a la lógica del mercado ni a la del beneficio como artífices últimos de la sociedad: la protección social no puede abandonarse en manos privadas -eso sería dejación injustificable-, sino que ha de instalarse en el centro mismo del ser social, constituirse en supremo símbolo tanto de una sociedad "altamente" solidaria como del quehacer clave del Estado. Frente al influjo que las reflexiones de Anthony Giddens, de modo particular en sus libros Beyond Left and Right y The third way, han injertado a la nueva tercera vía, no faltan entre los socialistas franceses quienes están persuadidos de que su socialismo ya había evolucionado hacia el auténtico centro.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Homologable con esta marcha de la socialdemocracia anglogermana hacia el centro, estamos siendo testigos en España (y ya con anterioridad en varios países) del proclamado viraje de la derecha, del partido de la derecha en el poder, también hacia el centro: a tenor de la doctrina oficial de su último congreso, así será. Es tema conocido y comentado: más consenso y no rodillo parlamentario, más diálogo desde la moderación, un guiño a la preocupación social (injerto de lo privado en lo público o al revés), sí a la libertad real de expresión y no a la manipulación de grupos de comunicación, igualdad de oportunidades (no hay unanimidad en la fórmula), transparencia administrativa y un largo etcétera que aquí no se va a analizar.

La pregunta clave abierta desde el mismo título es si tanto uno como otro viaje al centro constituyen uno de esos hechos sociopolíticos que mienten, no precisamente por cumplir o no sus promesas y programas centristas, sino por nacer contaminados, según la expresión de Horkheimer. Nadie duda de que es absolutamente lícita la tentativa por conquistar el centro, el supuesto Dorado de los votos, ni nadie duda de que sea posible y aceptable una honda conversión o cambio de convicciones políticas. No se trata de nada de eso.

Nacer contaminado significaría que el viaje al centro está guiado radicalmente por la razón instrumental (la de la racionalidad exclusiva de medio-fin) y no por la razón clave, la más absolutamente humana (la de la racionalidad de fines). La razón instrumental funciona como obsesa por descubrir y manejar los medios más eficaces para el logro de unos fines, su racionalidad medio-fin ha sido exhaustivamente calculada, pero su racionalidad plena desde y para la persona humana ni siquiera se ha planteado en serio. En cambio, la otra razón, la radicalmente humana, tiene como función primordial, tan sublime como hoy menguada, la de definir en teoría y praxis -en lo ético y moral- fines adecuados a la constituyente dignidad de la persona humana. Se trata de un criterio de descontaminación de orden filosoficosocial, inevitablemente ético, que exige la fina tarea de perforar una y otra vez la deshumanizante corteza de cada hecho social en busca de si responde o no a las exigencias de la persona humana. Según los críticos de Frankfurt, la preeminencia en la realidad del mecanismo de la razón instrumental desembocó históricamente en dos barbaries paralelas antihumanas. Sin llevar el pensamiento a ese extremo (hoy impensable ni desde la izquierda ni desde la derecha), cabe interrogarse, en el aceptado marco de nuestras democracias europeas, si no hay hechos que mienten, si el viaje de la izquierda al centro ¿hacia la derecha? o el viaje de la derecha al centro ¿hacia la izquierda? es algo más que una operación instrumental de puro marketing, de conquista de votos fronterizos utilizando señuelos centristas. ¿Sólo camuflaje o autenticidad?

La izquierda, lanzada a la conquista de los votos de su centrista tercera vía, podría olvidar y hasta ocultar espontáneamente -sería su mentira- que la persona humana tiene prioridad de naturaleza sobre la sociedad, sobre toda institución, tiene razón de fin en sí misma (Kant) y no puede utilizarse jamás como medio para ningún fin extrínseco. La derecha, autoconvencida de su necesidad de invadir el centro, al instrumentar su centrismo podría dar cobijo por instinto a ciertos concomitantes excesivos del hoy designado como pensamiento único, que, pese a su inmensa eficacia -y sería su mentira-, no ha saldado una duradera deuda con la justicia social: me consta que es término no aceptable para más de uno, pero que hace al menos formulable la alarma ante las desigualdades sociales, día a día más lacerantes e inhumanas. No habría de pasarse por alto que el centro no es un resultado de limar protuberancias y rellenar vacíos, no es un lugar geométrico equidistante de extremos, sino el hábitat propio de la persona humana: de ahí, de la auténtica entraña de su ser individual y social, podrán brotar aperturas para su realización más hacia la derecha o la izquierda.

A nadie se le escapa que el diseño, preciso, de fines conformes con la dignidad humana en el proceso siempre cambiante de la sociedad, es tarea en sí misma ardua, que provocaría enfrentamiento de concepciones del hombre, su libertad, su razón, su sociabilidad (¿insociable?, otra vez Kant). Cuanto más positivista sea uno, más proclive se sentirá a dar por zanjadas preguntas de otro sabor filosófico, pero los de la Teoría Crítica no eran positivistas y siempre tenían presente la inquietante cuestión de corte adorniano de si se puede ser de veras sociólogo sin ser de veras filósofo.

José María Abad Buil es doctor en Ciencias Económicas y Sociales.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_