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Reportaje:

Prodigio navideño de coral

Un pequeño belén semioculto en las Descalzas Reales muestra el vigor del arte del Renacimento

Limpieza y frescura en el interior del monasterio de las Descalzas Reales, en la madrileña plaza de su nombre, con vuelta al postigo de San Martín. Hoy, 23 religiosas franciscanas habitan este convento, fundado en 1559 por Juana de Austria, hermana de FelipeII. Construido por Antonio Sillero, su iglesia y su fachada fueron obra de Juan Bautista de Toledo, quien trazó los primeros planos de El Escorial. Las Descalzas fue entonces un cenobio para damas de la nobleza. Los regalos de sus linajudos parientes lo convirtieron en uno de los principales museos de arte renacentista de toda Europa, según apuntan cualificados expertos. Alberga en su interior tesoros deslumbrantes: uno de ellos, muy poco conocido por hallarse situado en el confín de una sala de su primera planta, algo esquinado a la mirada del público, es un, en apariencia, simple belén.A primera vista podría pasar inadvertido. Pero sólo un poco de atención permite descubrir que se trata de una joya excepcional. Sus figuritas macizas, casi todas encapuchadas, quizá en homenaje al origen franciscano del recinto, poseen unos cinco centímetros de estatura.

Tonos naranja y rojos

Las figuras gozan del divertido donaire de sus juguetonas posturas y, sobre todo, de su atrevido color: son de coral, con esa indefinible mezcla de tonos rosas, naranjas y rojos que las baña de una impar delicadeza.

Su portal de Belén es un pórtico labrado en plata de compacto espesor y luminoso bronce, en cuyas columnas late, en pequeñito, el poderoso impulso del Renacimiento. La frescura y la vivacidad del coral dibujan cada detalle de los cálidos rostros de Jesús, María y José.

El misterio está situado bajo una montaña horadada por grutas. Son pequeños accesos a grutas de puertas relucientes, labradas con panes de plata de unos cinco milímetros de espesor. Contorneado sobre el promontorio surge un pueblecito en medio de una refulgente campiña esmaltada en un color verde de una riqueza cromática que hoy puede darse por desaparecida. Decenas de frutales y acebos muestran sus coralinas manzanas y jugosas bayas.

Todo el escenario presenta la inocencia feliz con la que sus orfebres concibieron el misterio navideño, inaugurando quizá la simpática tradición que siempre, desde entonces, acompaña a los belenes: esos desajustes entre los tamaños de animales, objetos y personajes. El recoleto belén de coral de las Descalzas Reales fue un regalo de la villa italiana de Trápani a Felipe II. Se desconocen los favores, o temores, que los orfebres italianos adeudaban al monarca, conquistador de la no lejana Malta. Pero, si de adularle se tratara, ninguno de ellos pudo idear mejor regalo que éste, surgido de las madréporas de las costas de Sicilia y de Cerdeña, de donde procede su preciado coral, tan difícil de hallar hoy en el Mediterráneo. Con sus caprichosas formas, la textura del coral le otorga cualidades únicas para ser laboriosamente tallado y convertido en arte. Arte renacentista que hoy vive quedamente en este pequeño monumento navideño, oculto en un vetusto monasterio de Madrid.

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