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El Madrid cierra su penoso ciclo en Chamartín

El cuadro de Del Bosque vence al Espanyol en el Bernabéu después de cuatro meses sin victorias en casa

Santiago Segurola

Cuatro meses después, el Madrid cerró su penoso ciclo en Chamartín. No ganaba a nadie desde su victoria sobre el Numancia en el primer partido de la temporada en el estadio madridista. Al Espanyol le ganó entre inquietudes, especialmente tras el gol de Benítez en el primer tiempo. Pero nadie ha colaborado tanto como el equipo catalán para sacar al Madrid de su penuria. Pacato y tristón, no se aprovechó del estado de un equipo que vive en estado crítico.El Madrid ofreció pocos datos para pensar que tiene intención de salir de la crisis. El resultado le viene de perlas, pero nuevamente vivió un partido angustioso, con las deficiencias que le han llevado a una situación desastrosa. El desplome afecta a todo el mundo. Hay mal humor en la grada, prosigue la inactividad del equipo y no se puede evitar una sensación de catástrofe. La desgracia acecha en cualquier jugada. En su infinita generosidad para conceder goles, al Madrid le vale cualquier centro, córner, rechace. Sus rivales no necesitan jugar bien, ni regular, ni mal. Saben que la defensa madridista se equivocará y permitirá el gol de rigor. O los goles. Y a partir de ese momento, el clima en Chamartín se vuelve irrespirable. La tendencia a la parálisis se multiplica, ante el desagrado del personal, que no aguanta ni media. Tiene razones para quejarse. Su equipo juega muy mal, los resultados son pésimos y el futuro no se adivina mejor. No al menos con el fútbol que desplegó frente al Espanyol, aunque se supone que algún efecto benefioso tendrá su trabajosa victoria. Ni cuando pudo serenarse, consiguió salirse de su desdichado guión. Raúl falló un penalti graciosamente concedido por el árbitro y la gente se temió lo peor.

Del Espanyol sólo puede decirse que jugó con la vista puesta en el frágil sistema nervioso del Madrid. Y con el frágil sistema táctico de un equipo roto en sectores vitales. En la defensa porque juega demasiado retrasada y porque algunos de sus integrantes no están para actuar en el Madrid. Karembeu es la inquietud ambulante. La faltan todas las condiciones para comprender la naturaleza de su trabajo. Fracasa como marcador, se despista y mide mal. Le sobra un entusiasmo que podría resultar contagioso para el equipo, pero no parece demasiado equipaje como para ganarse la titularidad. Julio César tampoco parece enterarse de las necesidades defensivas del equipo. No es uno de esos centrales activos y rocosos que se imponen en los choques y balones divididos. Se hace extraña su timidez para sacar beneficio de su espléndido físico. Cuando se emplea con energía, su presencia se hace notar, como ocurrió en el segundo gol: un salto limpio, potente, y un cabezazo sobre el racimo de defensas del Espanyol. Mora rechazó el remate, pero Hierro aprovechó el rechace para marcar el segundo tanto del Madrid.

El gol no significó mucho en el partido. El Madrid siguió pendiente del delgado hilo que le sostiene en cada encuentro. Y el Espanyol siguió pendiente de los errores de su rival. Porque juego no hizo, a pesar de la ventaja que cobró en el primer tiempo. Un córner, un rechace, unos que salen y otros que se quedan, y el gol de Benítez. Nada nuevo en Chamartín. Con una consideración añadida, ese gol llevaba dinamita. A Lorenzo Sanz se le debió abrir la úlcera otra vez, porque su situación es tan delicada como la del equipo.

Parecía la peor situación posible para un equipo con demasiadas lacras. En lo anímico y en lo futbolístico. Quebrado por la mitad, con un 4-2-4 que le exponía a la superioridad de los centrocampistas del Espanyol, el Madrid remató por primera vez pasada la media hora. Redondo no lograba dirigir, Guti sentía el peso del Bernabéu y confirmaba su escaso interés en regresar a posiciones defensivas, y Savio se desenchufó durante todo el primer tiempo. Sin embargo, desde la derecha surgió el pequeño Ognjenovic para entregar un pase excelente a Raúl, que engañó a Cavallero con astucia y autoridad.

Marcó Hierro en el arranque del segundo tiempo, falló Raúl el penalti y se dieron todas las circunstancias para pensar en otro sainete madridista. Pero el Espanyol se borró. No tuvo ni coraje, ni juego. El Madrid le concedió espacios que no aprovechó. En medio de todo aquello, hubo un momento para lo festivo. Entró Anelka, recibido como Pelé. Al delantero francés, tan proclive a la indolencia, el recibimiento le debió sonar a música. Jugó como no lo ha hecho desde su llegada al Madrid, con elegancia, zancada y sentido. Su impacto en el partido fue tan notable que el público se olvidó del miedo y celebró con entusiasmo la actuación de Anelka, casi tanto como una victoria que cierra un ciclo penoso del Madrid en su estadio.

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