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Reportaje:EXCURSIONESSOTO DE VIÑUELAS

"Y tú, encinar madrileño..."

El soto de Viñuelas es, junto con el vecino monte de El Pardo, el mejor y casi único recuerdo de los augustos encinares que antaño poblaban nuestra región. Tiene una extensión de 4.532 hectáreas y un perímetro amurallado de alrededor de 35 kilómetros. Está separado de El Pardo por la autovía de Colmenar, y rodeado por los campos mondos y lirondos y las urbanizaciones periféricas de Tres Cantos, Colmenar Viejo, San Sebastián de los Reyes, Alcobendas y Madrid. Forma parte del parque regional de la Cuenca Alta del Manzanares y se halla catalogado como zona de especial protección para las aves (ZEPA) por las grandes rapaces que en él pululan; entre otras, el águila imperial. Nos llenaría de ecológico alborozo poder afirmar que el soto de Viñuelas se ha mantenido virgen gracias a los desvelos de nuestros gobernantes, o a la buena educación ambiental de los madrileños en general, pero lo cierto es que este bello bosque es, y ha sido siempre, propiedad privada.La primera noticia de Viñuelas data de 1285, cuando el rey SanchoIV de Castilla donó estas tierras a García López de Saavedra y a los hijos de Ruy Sánchez, vecinos todos de Madrid. Luego pasó varias veces, cual pelota de pimpón, de las manos de los señores del Real de Manzanares a las de los caballeros de la Orden de Santiago, así hasta que los Reyes Católicos trincaron las posesiones santiaguistas. Consta que CarlosI se lo vendió al mariscal de Castilla Arias Pardo de Saavedra; que más tarde lo adquirió Cristóbal de Alvarado Bracamonte, y que, ya en 1697, lo heredó su sobrina, la marquesa de Mejorada y de la Braña, a la que se debe la erección de las partes más antiguas del actual castillo de Viñuelas.

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En 1751, la marquesa vendió el soto a FernandoVI, que lo anexionó al monte de El Pardo como zona de caza. CarlosIII yIV dotaron a la finca de casas para guardas y fuerte cerca de granito. En 1870, tras ser destronada IsabelII, salió a pública subasta. Su penúltimo propietario, el duque del Infantado Joaquín de Arteaga, hermoseó el castillo con elementos procedentes del de Manzanares, la iglesia de San Francisco de Cuéllar y el palacio del Infantado de Guadalajara. Hace algunos años traspasó la propiedad a una entidad bancaria, y ahora el soto es de una sociedad anónima que alquila los salones del castillo para banquetes y reuniones privadas.

Lo que no vamos a ver, salvo que nos inviten a un ágape, es el castillo, porque está escondido en mitad del espeso bosque, a la vera del arroyo del Bodonal. Es de planta cuadrada, con una gran torre cilíndrica almenada en cada esquina y dos garitas con chapiteles rematando la fachada principal. Presenta un enlucido de color crema, con ribetes blancos en marcos y molduras, que le da un aire de pastel.

Lo que podemos ver sin invitación, con sólo arrimarnos a la tapia, es el magno encinar de Viñuelas. Desde Tres Cantos, una carretera bien señalizada conduce hasta la puerta de hierro de la finca. Allí aparcaremos y nos echaremos a andar por el camino de tierra que, tras cruzar el arroyo del Bodonal, sube pegado a la cerca, dando vistas, por un lado, a la selva interior de encinas, quejigos y fresnos ribereños, y por otro, a la sierra, desde la Maliciosa hasta La Cabrera.

A una hora larga del inicio cruzaremos un espléndido puente de cinco ojos sobre el arroyo de los Caños, que por las trazas es del sigloXVIII. Y en media más, la cerca nos guiará hasta su confluencia con la alambrada de otra finca particular. Prohibido el paso y fin del trayecto. Durante este último trecho, empero, habremos dominado a vista de águila aquel bosque al que Machado piropeó: "Y tú, encinar madrileño,/ bajo Guadarrama frío,/ tan hermoso, tan sombrío,/ con tu adustez castellana/ corrigiendo,/ la vanidad y el atuendo/ y la hetiquez cortesana...". ¡Qué paradoja!: las encinas hoy adornan, que no corrigen, la vanidad y el atuendo de un castillo privado.

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