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Un paisaje sin hotel

La ciudad de Valencia, con algo más de dos mil años de antigüedad, es una fundación romana sobre una isla fluvial situada en el curso del río Turia a escasos cuatro kilómetros de su desembocadura en el Mediterráneo.En el curso del tiempo la ciudad creció, el brazo secundario del río se aterró y lo que fue isla dejó de serlo; la incipiente urbe quedó en la ribera derecha del brazo principal. También en el curso del tiempo fue visigoda, árabe y cristiana, dotándose igualmente en esta última etapa de un potente sistema defensivo del que restan como testimonios aislados y descontextualizados, dos de sus puertas y la ronda viaria de circunvalación de la muralla que substanciaba dicho sistema. Para defenderse de las avenidas del río, torrenciales e imprevisibles, construyó potentes pretiles en sus márgenes y sólidos puentes para atravesarlo.

De este modo, río -agua, pretiles y puentes- y ciudad -muralla, torres y campanarios- fueron su imagen indisoluble y magnífica por varios siglos. Es ahí donde convergen todas las miradas que sobre la vieja urbe se han producido a lo largo de su historia. Viajeros, espías, visitantes ocasionales, pintores y grabadores foráneos o locales, matemáticos-cartógrafos, confundieron sus visiones en una imagen en la que río y ciudad fueron una sola cosa.

Quizás porque la historia nos ha enseñado a mirarla tan intensamente de esa manera, hemos llegado a apreciar y valorar profundamente ese paisaje urbano generado tanto por las intervenciones realizadas a lo largo de los siglos como por su representación gráfica. De ellas han surgido lugares con fuerte intensidad y calidad paisajística, como sucede con gran parte de la cornisa edilicia que configura el viejo cauce del río Turia que, al abrazar a la ciudad histórica desde los límites de sus ensanches del siglo XIX, incluyendo entre ellos el Jardín Botánico (fundado en 1802), el Colegio de San José (construido en 1881) y los paseos arbolados de sus márgenes, constituye un frente paisajístico de primer orden.

Así fue hasta que los inicios de la incipiente revolución industrial y el progreso científico y técnico abordaron la expansión en sucesivos ensanches y hubo que confeccionar instrumentos eficaces para llevarla a cabo. Y cambiaron los hábitos de representación; sustituyeron la mirada sobre la ciudad por su abstracción cartográfica que fue, a partir de aquel momento, plana y orientada al norte. El volumen desapareció para siempre.

Quizás por ello, lamentablemente, desde aquel momento, el viejo cauce del río ha sufrido notables agresiones en su pasado reciente hasta el extremo de perder su propia esencia y condición, el agua, que aunque escasa por causa de la intensa explotación agrícola del territorio al que históricamente ha servido, discurría por su lecho.

El paisaje de la ciudad de Valencia es frágil y en él el Jardín Botánico y el Colegio de San José, apoyados sutilmente sobre la terraza de la margen derecha del viejo Turia, lo son aún más. Son referentes que han adquirido mayor singularidad y relevancia en este lugar porque este espacio tampoco es ya lo que era, una cornisa fluvial que, también, ha dejado de serlo un poco, sobre ese río que ya no es río.

No podemos ni debemos perder un solo elemento más. La secuencia de túneles en construcción que, poco a poco y a lo largo de las marginales del viejo cauce, está transformando sus riberas en una autovía, ha ocultado, despedazado o arrancado el adoquinado -esa textura tan caracterizadora de la ciudad como los propios edificios- de los paseos de ribera que, como el de la Pechina, transcurre por el lugar; túneles que tampoco han servido para recuperar esos espacios urbanos que en otro tiempo fueron, atractivos para el paseo o para la contemplación desde sus andenes de piedra densamente arbolados, de ese río que perdimos llamado ahora El Jardín del Turia.

Y, por esto, mi preocupación por la integridad de ese paisaje irrepetible desde el momento en que persiste la amenaza de que la construcción de un hotel -por otra parte, de volumetría desorbitada y arquitectura deleznable- en el antiguo jardín y patio de recreo del colegio de San José, altere irreparablemente ese enclave. El rescate de esos terrenos posibilita la conformación definitiva de un complejo paisajístico-cultural constituido por la Iglesia de San Miguel y San Sebastián, el propio Jardín Botánico, el Museo de Ciencias Naturales del Padre Sala, ubicado en el mismo Colegio de San José, y otras colecciones científicas ubicadas en sus proximidades.

Si a ello agregamos la potencialidad que, como cornisa cultural a recuperar en un futuro no lejano, ofrece el viejo paseo de la Pechina -excepcionalmente conservado desde el punto de vista paisajístico, sin apenas agresiones- con la extensión a la Casa de la Caridad, los cuarteles/dependencias de la Policía Nacional, la nave industrial anexa y el Asilo de San Juan Bautista, hasta llegar finalmente al IVAM, habremos consolidado una intervención urbanística de primer orden, saldando parcialmente una deuda histórica con esta ciudad tan maltratada por sus políticos, sus promotores inmobiliarios y sus arquitectos.

Adolfo Herrero es arquitecto.

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