Fracaso
Algunas películas, muy pocas, logran una verosimilitud tan inmediata que el espectador olvida desde la primera secuencia el trabajo y el artificio que han sido necesarios para conseguir una naturalidad tan irresistible. Así sucede en Hoy empieza todo, de Bertrand Tavernier, de la que no podría decir si es "buena" o "mala" ya que no pude fijarme en el arte del director. La emoción del suceso era demasiado potente como para tomar distancias.No trata un asunto muy importante, tan sólo las cuitas en que se ve metido el director de una escuela en un barrio marginal norteño. Son los niños, sus padres y los profesores, casi todos "verdaderos", quienes se presentan ante nosotros como si nadie les viera. La vida cotidiana de esa escuelita es la misma en millones de escuelas del mundo entero. Y por supuesto las hay mucho peores. Pero es un acierto haber elegido una escuela relativametne eficaz, privilegiada y protegida por el Estado.
Tavernier no carga las tintas. Los psicólogos, los asistentes sociales, los administrativos, los inspectores, incluso el alcalde (un comunista, por cierto), no aparecen ridiculizados, sino tal y como son, profesionales que gestionan una de las mayores catástrofes de las sociedades opulentas, la educación, sin la menor idea de cómo resolverla ni tiempo para pensarlo. Es en ese lugar extraño, el espacio de los niños y de los jóvenes, donde aparece con toda su negrura nuestra incapacidad para instruir y la impotencia de los padres para educar.
Que niños y jóvenes se hayan convertido en un estorbo (cuando no en una amenaza) no está reñido con el amor que se les profesa. Sucede que los padres, aunque les quieran, ya no pueden ocuparse de ellos. Por eso el momento más duro de la película se produce cuando una vieja profesora que ha vivido épocas salvajes durante la guerra y la posguerra se pregunta cómo es posible que en 1945, cuando Francia estaba arruinada, los niños acudieran a la escuela limpios, bien tratados, bien educados, claramente estimados por sus padres. "¿Qué ha sucedido?", se pregunta a sabiendas de que nadie conoce la respuesta. Que la opulencia de las naciones no haga disminuir, sino que incluso aumente la crueldad, el egoísmo y la maldad que suele atribuirse a la miseria, es el enigma más ominoso del siglo.
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