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EL PERFIL

MARÍA GALIANA Retrato de actriz

Tereixa Constenla

La timidez aldeana con la que agarra el bolso, el paso cansino, el encorvamiento... María Galiana, perfeccionista y exigente hasta el tuétano, ensayó su papel en Solas con minuciosidad. Menos la mirada. Detrás de la forma de mirar de la madre soñada por el cineasta Benito Zambrano es posible que escudriñe la propia María. La mujer de la ficción es un ser de intimidades desnudas. La actriz que la recrea suele ocultarlas en su vida real. Hay gestos de Galiana que sus allegados han descubierto en Solas por vez primera. Como si la ficción fuese la única fisura que Galiana consintiera alrededor del celo que recubre su intimidad. La ficción y su afán perfeccionista para interiorizar cada papel.La misma cualidad que permite confundir a la actriz con el personaje como si compartiesen identidad. Fuera de Sevilla, su ciudad natal, pocos adivinarían que detrás de la aldeana resignada y comprensiva se oculta una profesora de Historia del Arte, cuya proverbial curiosidad camina pareja a su solidez intelectual. En las giras teatrales, Galiana recomienda con similar pasión los restaurantes y los museos a sus compañeros.

Tampoco su vocación para el mando tiene nada que ver con la ficción, según algunos amigos. Galiana es capaz de reaccionar con lucidez y frialdad casi siempre, incluso en percances dolorosos, como cuando se cayó por el agujero de un escenario -se había ocultado en una caja para ver el ensayo de otras compañeras- y, desde el interior de su encierro, repartía instrucciones para organizar el rescate sin perder la serenidad. Un imprevisto que la obligó a interpretar una Poncia con cojera en La casa de Bernarda Alba, bajo la dirección de Pedro Álvarez Osorio, que le dio la primera oportunidad profesional en teatro en 1989 en la obra de los hermanos Machado El hombre que murió en la guerra.

Su experiencia anterior se limitaba a piezas con grupos universitarios aficionados. Luego cayó el telón durante mucho tiempo, en el que se volcó en la docencia y en una familia numerosa (tiene cinco hijos). Pero después de 35 años en las aulas se la ha juntado la desazón que le produce la enseñanza con el ansia de volcarse por completo en la interpretación. Para ilustrar el escepticismo que le provoca el sistema educativo, baste reproducir sus declaraciones sobre el desconocimiento de sus alumnos respecto a su faceta de actriz: "Creo que la mayoría no ha visto la película. Ellos lo ven muy ajeno porque no leen periódicos, ni escuchan la radio, ni ven telediarios. No salen del barrio y, si la ponen en un cine que no sea el más próximo, no van. Sólo van a La guerra de las galaxias".

Antes de Solas, sin embargo, ya se había izado el telón cinematográfico, que antepone al teatral sin duda. En 1988, José Luis García Sánchez la llamó para rodar Pasodoble. Con su descubridor, como lo define Galiana, rodó en siete ocasiones. Gracias a él, Fernando Trueba la invitó a sumarse al reparto de Belle Epoque. La actriz sevillana ha participado en poco más de una década, y por aquello casi del boca a boca -los directores la recomendaban por su entrega-, en una veintena larga de películas, entre ellas El rey del río (de Manuel Gutiérrez Aragón), Más allá del jardín (Pedro Olea) o Libertarias (Vicente Aranda).

Papeles cortos siempre, a los que probablemente estaría condenada de por vida de no haberse cruzado en el guión de Benito Zambrano. El papel por el que le llueven elogios y galardones -mejor actriz en el Festival Internacional de Cine de Tokio y premio Ondas 1999- y que estuvo en un tris de no ser suyo. Pero Galiana teme que su protagonismo en Solas sea algo pasajero. Contra ella juegan dos elementos: su periferia respecto a los cenáculos madrileños y sus 64 años, una edad que especializa a las actrices españolas en papeles de -en palabras de la propia Galiana- "chacha o dueña de burdel".

La actriz desea casi con similar pasión jubilarse de las aulas y sacudirse la imagen dulzona que ha podido dejar tras de sí la obra de Zambrano con un papel atormentado y duro. En uno de sus actuales rodajes, Plenilunio, de Imanol Uribe, vuelve al personaje corto y fugaz, pero el proyecto de Miguel Hermoso en el que está a punto de embarcarse podría darle la oportunidad que busca.

Mientras espera, sigue cultivando su interés por la arquitectura, el cine o la música y debatiéndose entre sus dos pulsiones más primitivas -su afán de independencia y su sentido de la responsabilidad-, que la convierten en un ser de contradicciones, bastante más complejo que el de la madre humilde de la ficción que ha desvelado su naturalidad para asumir roles ajenos. Un talento que probablemente intuyó el pintor Santiago del Campo cuando la eligió como modelo para su obra Retrato de actriz.

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de 'Cuaderno de urgencias', un libro de amor y duelo, y 'Abril es un país', sobre la Revolución de los Claveles.

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