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El náufrago de Chiclana

Rafael Chacón, de 51 años, relata cómo sobrevivió 76 horas a la deriva y sin alimentos

Si Gabriel García Márquez volviera a escribir Relato de un náufrago, podría inspirarse en Rafael Carrión. Este hombre de 51 años, conocedor experto de la mar, estuvo perdido a su suerte a bordo de una pequeña embarcación de recreo más de tres días, "y tres noches", apostilla. Durante 76 horas, fue el patrón de un barco que, tras una avería del motor, quedó a la deriva. Por la niebla, primero, y el levante, después, acabó en aguas portuguesas, a unos 150 kilómetros de su lugar de partida: el caño de Sancti Petri, en el litoral gaditano de Chiclana."El mar que me dio de comer toda mi vida, me iba a comer". Con esta crudeza, recubierta de continuas sensaciones de emoción contenida, este cordobés de Cabra; catalán de adopción -trabajó como estibador en Barcelona-, pero chiclanero y gaditano de vocación, según confiesa, relató el viernes a todos sus compañeros en el Club Náutico la odisea a la que se ha enfrentado.

Todo comenzó el domingo pasado a primera hora de la mañana, cuando Rafael salió, como de costumbre, a pescar unos pulpos a Cabo Roche, a escasas millas de Chiclana. Debía regresar a la hora de comer, pero no pudo. Su esposa empezó a reclamar que lo buscaran, los marineros se movilizaron y Salvamento Marítimo desplegó todos sus medios. Rafael se enfrentó a la soledad, al hambre y al miedo que le provocaba ser un títere en manos de olas de entre ocho y 12 metros. "La primera noche nací cada vez que mi barco quedaba a flote tras la furia del oleaje. Estaba navegando en una cáscara de nuez", aseguró Rafael.

Pese a lanzar numerosas bengalas de emergencia, quemar gasoil con frecuencia y haber conectado por radio con los servicios de Protección Civil, no fue localizado. Sin embargo, no perdió la calma. Ni siquiera cuando veía pasar mercantes que no se percataron de su presencia. "Conté hasta 200 barcos, pero ninguno paró". Según reconoce, dos cosas le ayudaron a superar aquellos momentos angustiosos: "Pensaba a todas horas en mi mujer María, convaleciente de una operación de trasplante, y recé mucho a la Virgen del Carmen, la patrona de los marineros. Ella me escuchó y me iluminó con su amor el mar".

Fabricó una pequeña balsa con boyas unidas por cuerdas para utilizarla en caso de tener que quemar la embarcación con el fin de que alguien avistase el humo. "Era el último cartucho que me quedaba", explicó.

No hizo falta afrontar esta situación límite. Como salido de la nada, contempló en el horizonte una boya de palangre. Pudo llegar hasta ella, no sin esfuerzo, y amarró su barco, confiado de que, tarde o temprano, el barco dueño del palangre volvería a por las capturas. Así fue. Un pesquero portugués apareció y la odisea de Rafael llegaba a su fin. Tras tres días sin apenas dormir y sin comer nada, el plato de carne con patatas que le ofreció el capitán portugués le supo a gloria "y a vida". Mañana quiere ir al puerto de Ayamonte para entregar a la tripulación que le rescató unas cajas de vino de la tierra.

En el Club Náutico de Sancti Petri, se celebró el viernes el desenlace de la aventura. "El pescado, a partir de ahora, lo compraré en el mercado porque me tiemblan todavía las piernas cuando me acerco al mar." Un compañero le espetó: "¿Pero volverás a salir a navegar?". "De momento, no puedo. Además se lo he prometido a mi mujer", concluyó.

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