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Infraestructuras para el siglo XXI

Estamos a pocos días de la presentación de las alternativas de trazado del AVE Valencia-Madrid. Excelente pretexto, seguramente, para que nuestros gestores públicos intenten la enésima inauguración de una infraestructura cuya entrada en funcionamiento habrá de esperar demasiados años. Ante ese previsible ejercicio de autocomplacencia, quizá sea el momento de preguntarse en qué medida tan denodado esfuerzo por la rentabilización partidista de una iniciativa ampliamente defendida por los valencianos, no está contribuyendo a ocultar otros retos cuya trascendencia para nuestro futuro es mucho mayor. Unos retos sobre los cuales tanto el Consell como las organizaciones patronales, que tantas ventajas económicas dicen haber encontrado en el AVE, han mostrado hasta el momento un interés muy inferior. Las comunicaciones con Madrid constituyen una preocupación antigua. Desde que en los años treinta las fuerzas vivas de la ciudad de Valencia se movilizaran en favor del ferrocarril directo hasta hoy, cuando la reivindicación es compartida por gran parte de la sociedad, la demanda de una mejora en las comunicaciones con la capital de Reino ha sido casi continua. Nada parece posible objetar a todo ello. En un Estado tan centralista en la articulación de las redes de transporte como España, la necesidad de establecer buenas conexiones con el nudo central es una obviedad. Constatarla, sin embargo, no debiera ser incompatible con apuntar que la creciente integración política de la Unión Europea acabará desplazando hacia Bruselas bastantes de las funciones históricamente monopolizadas por Madrid.

Pero sobre todo, tal vez convendría interrogarse acerca de si, como Espronceda subrayara a comienzos del siglo XIX, no "se han equivocado los efectos con las causas y se ha visto pensar en hacer caminos de hierro antes de tener los frutos que acarrear por ellos". Porque también ahora se ha identificado con demasiada facilidad la construcción de infraestructuras de transporte con el progreso económico, omitiendo, por ignorancia o por pleitesía, que por sí sola una condición necesaria no se convierte en suficiente. Y porque, aun cuando el contexto actual sea radicalmente diferente en muchas de sus dimensiones, tampoco hoy parece existir la voluntad para impulsar el esfuerzo colectivo imprescindible para enfrentarnos con éxito a los desafíos impuestos por la revolución en las comunicaciones que ha de dominar el siglo XXI. Los cuales, a diferencia de cuando escribía Espronceda y de lo que con tanto ahínco ha venido defendiendo el presidente de la Generalitat, no son los del ferrocarril sino los vinculados a las autopistas de la información

Sin duda, era muy difícil predecir que cuando, en octubre de 1986, investigadores de la Universidad de California en Los Ángeles fracasaron en su intento de establecer a través de ordenadores un nodo de comunicaciones con sus colegas de Menlo Park, estaban iniciando una revolución. Sin embargo, poco más de un decenio después las mejoras en las tecnologías de la información está transformando la economía con unas consecuencias que sólo podemos empezar a imaginar.

El impresionante crecimiento en el número de usuarios de Internet, (casi uno de cada dos estadounidenses y uno de cada cinco habitantes de la Unión Europea), o las previsiones sobre el aumento de sus usos en los próximos años oscurecen una alteración mucho más profunda de la organización de la economía. De forma directa, afecta a la provisión de un buen número de servicios o a la gestión empresarial con unas implicaciones sobre el riesgo de la inversión magistralmente resumidas por Alan Greenspan en su intervención del 28 de octubre. Pero afecta también a las medidas para fomentar la igualdad de oportunidades, ese objetivo fundamental en cualquier alternativa de gobierno progresista. Las cifras para Estados Unidos, demuestran cómo el acceso a las nuevas oportunidades de la sociedad de la información es proporcional al nivel educativo alcanzado y a la renta familiar.

Entre nosotros, y al margen de algunas iniciativas aisladas, la toma de conciencia sobre qué implica está revolución apenas se ha iniciado. Con todo, las recientes llamadas de atención de algunos dirigentes empresariales sobre nuestro atraso tecnológico, son un avance tanto en relación con sus silencios pasados como respecto a la modernización cosmética practicada por una Administración que a duras penas ha cumplido el 50% de sus propios objetivos en el proyecto Infocole y cuyo esfuerzo en I+D, o su presencia en la red, es hoy por hoy irrelevante. Impulsar el esfuerzo colectivo mencionado constituye una excelente oportunidad para que las organizaciones patronales demuestren su capacidad de defender los intereses de todos los empresarios contribuyendo, al mismo tiempo, al progreso del conjunto de la sociedad. Falta saber si serán capaces de aprovecharla.

Jordi Palafox es profesor de Historia Económica en la Universidad de Valencia.

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