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Reportaje:

Guitarras españolas con acento alemán

"Me parece muy positivo que le hayan dado un premio nacional a un constructor extranjero. Confirma el carácter universal de la guitarra española". Bernd Martin, alemán de 45 años, se presentó sin convicción y ganó. La Escuela de Formación de Artesanos de Gelves, en Sevilla, falló la semana pasada el primer Concurso Nacional de Luthería. En las categorías de viola, violín y violoncello arrasaron los artesanos extranjeros afincados en España. Y también en la de guitarra para concierto, donde a los luthiers locales se les presume un papel preponderante.Aunque cierto es que Bernd Martin podría pasar por un vecino más del barrio del Albaicín si no fuera por su pelo trigueño, sus 190 centímetros de alzada y el deje teutón de su perfecto español. En 1976 vendió todas sus pertenencias en Stuttgart, "hasta la bicicleta", y emigró a Granada, convencido de que era el mejor lugar para aprender a fabricar guitarras. Después de un periodo de formación, instaló su propio taller y se casó con una bailaora de flamenco. Ahora, sólo previo encargo, vende las quince o dieciséis selectas guitarras que elabora cada año a clientes japoneses, estadounidenses y europeos.

Su escasa producción anual tiene explicación. Martin sigue los tradicionales métodos artesanales de fabricación de los guitarreros de Granada. "De los mejores del mundo junto a los de Madrid", asegura. En cada instrumento hilvana, con la paciencia y habilidad de un amanuense, más de un centenar de piezas de cuatro maderas nobles a las que él mismo da forma: palo santo de brasil, cedro de Canadá y Centroamérica y ébano.

La complejidad de su fabricación, "muy superior a la de cualquier violín", convierte cada guitarra en una pieza única con más de cien horas de trabajo sobre sus trastes. El resultado obtenido por Martin es un instrumento con "timbre lírico, es decir, con capacidad de emitir sonidos claros y oscuros", con "sonido preciso y notas bien definidas", y "respuesta rápida a la interpretación del guitarrista".

Aunque, como explica Martin, cada luthier otorga a sus obras una personalidad propia. "Algunos hacen guitarras dóciles, que se dejan tocar con amabilidad. Otros ariscas, que se resisten y no hay modo de dominar".

Entre artesanos, no sólo varía el carácter del instrumento. También su precio. El modelo básico de Martin cuesta 450.000 pesetas, "con el IVA aparte". El mejor, 600.000. "Los míos son precios intermedios en el oficio. Hay quien llega a cobrar dos millones por una guitarra de manufactura contemporánea. Y hasta doce por las del padre de la guitarra moderna, el artesano almeriense del siglo XIX Antonio Torres, el Antonio Stradivarius de las guitarras".

Martin no fabrica guitarras para flamenco. Sólo para concierto, "que la gente también conoce como clásicas, porque se usan para tocar este tipo de música". Nada que ver, de cualquier modo, con las producidas industrialmente.

El de Martin no es un caso aislado. De los veinte talleres de construcción de guitarras existentes en Granada, cinco están regentados por luthiers alemanes. "Llegan atraídos por la fama y la calidad de los artesanos", asegura.

Una fama, advierte Martin, que pasa inadvertida para los propios granadinos y sus autoridades. "Es incomprensible que en una ciudad con tanta tradición no exista una escuela donde aprender el oficio, un concurso de luthería o un premio para concertistas", se lamenta.

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