LA CRÓNICA Entre Londres y El Masnou ENRIQUE VILA-MATAS
No sé en qué año le conocí, pero recuerdo que fue en una noche infernal, en una noche de perros, que se suele decir. "Esa mujer nunca será tuya", le dije cuando nos cruzamos como sombras errantes en el lavabo del bar Snooker, y la frase debió retumbar en sus oídos porque acabó incluyéndola en su libro Beatriz Miami (Anagrama, 1991).No sé en qué año le conocí, pero recuerdo muy bien que esa noche llovía y que descubrimos muy pronto que a los dos nos obsesionaba la lluvia. "Miro caer la lluvia sobre el jardín y recuerdo la lluvia en la calle que me lleva a la lluvia sobre el mar en Ocata", escribe Juan Antonio Masoliver Ródenas en Beatriz Miami. Si la lluvia es para él una obsesión, también lo son Ocata y El Masnou, donde se encuadran todos los recuerdos de infancia.
Los escritores se dividen en dos grupos: los que encuentran una mina literaria en la infancia y aquellos que no encuentran nada en ella salvo un aburrimiento olvidado. Masoliver Ródenas -Tono para los amigos- pertenece sin duda al primer grupo, pero de una forma muy original, ya que no participa de la almibarada creencia de los componentes de este grupo de que en la infancia se encuentra todo, puesto que son vitales los primeros años de la creatividad. Tono no cae en esta tontería, sabe muy bien que hay escritores que echan una mirada hacia atrás y no hallan ninguna herida útil, ninguna cicatriz psicológica, ningún estímulo temprano para la fiereza de la vida imaginativa. La originalidad de Tono consiste en tratar su infancia como si apenas hubiera existido, y por eso precisamente la recuerda, se trata -como puede observarse- de una operación perversa. Gracias a ella, sus obsesiones y fantasías, su caudal imaginativo versa sobre él mismo (un él mismo inventado), pero sobre todo versa sobre el mundo.
Como poeta y como crítico o fabulador, Tono indaga en las zonas más tenebrosas y abyectas de la realidad, y esto explica que sus recuerdos de El Masnou se desplacen sin cesar desde el pasado hasta hacerse presentes, bien transformados. Una delicada operación que, como ha escrito Santiago Martínez, le permite a su memoria recuperar apenas retazos del pasado, desprovistos ya de cualquier referencialidad, vacíos de sentido, de tal forma que sus recuerdos, devueltos a su "condición de imágenes o espejismos o nieblas", hacen del universo de la infancia un lugar inhóspito. "El pueblo de los niños no duerme: está muerto", puede leerse en Poesía reunida, el libro que Tono acaba de publicar en El Acantilado y que vino, el otro día, a presentar a Barcelona, en La Central, acompañado por Rosa Regàs y Pere Gimferrer ("salíamos a pasear. Bajábamos por la Rambla de Catalunya. Gimferrer era entonces un niño muy pequeñito. Creo que la puta Jiménez, la de la esquina de Rosellón, todavía no había empezado, iba con uniforme de colegio").
Vino Tono, el otro día, desde Londres, donde vive -es uno de nuestros últimos exiliados- desde 1963 y donde ejerce como jefe del departamento de Español de la Universidad de Westminster. Vino Tono a presentar su Poesía reunida, un libro con el que no contaban ciertos poetas españoles de hoy, poetas presumidos y blandos, a los que ya en su momento Leopoldo María Panero bautizó despectivamente como "poetas de universidad".
Junto a la infancia trastornada por la palabra poética, los otros temas de Tono son el sexo, el amor y la muerte. Los temas de siempre, sí. Pero tratados por Tono con parámetros nada usuales en nuestra poesía, tratados con la experiencia verdadera que él ha alcanzado -bajo la influencia de su ahora ya mítico tío, Juan Ramón Masoliver- gracias a la inteligencia literaria que ha surgido -"para bien o para mal", dice Tono- de su fanática pasión por los libros, pasión por recuperar crítica y poéticamente el mundo de la infancia y la adolescencia, por tratar de entender la relación entre dicha infancia y el presente, por penetrar en el complejo mundo de las relaciones afectivas. Pasión que con él comparto cada vez que viaja de Londres a El Masnou y nos vemos y conversamos y le digo que esa mujer nunca será suya y recordamos juntos -como el otro día en el bar Bauma- ese cambiante paisaje cotidiano que ofrecía, en años de penitencia, esa ventanilla de tren que habrá de llevarnos siempre de Ocata a Barcelona: un aburrimiento olvidado.
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