El foc de la llar
Quizás se descubrieron tal día como hoy. Ya se conocían, claro; pero, en la cerrada postguerra se permitía una fiestecita de solteros por ser el 26 de noviembre "les esposalles de Josep y Maria" -¡pobre, con 14 años ella!-. Y, paseaban, hablaban, sin reprimir chanzas y risas; la impresión de una mayor armonía entre los sexos -las monjas imponían "els xics amb els xics i les xiques amb les xiques"- un baile; no se atrevían; los curas no lo toleraban y los jefes de la moral, unos energúmenos, aunque vistieran siempre, desvestidos, calzoncillos largos; ¡ellos eran los ganadores!Los perdedores hasta posponían la boda por la guerra, la cárcel, la mili en África y el macho finado. Venían hijos y se alejaban matanzas; se criaban cerdos para venderlos; jamones para otros. Nunca faltó ni el aceite, ni la harina, ni la leña ("per santa Caternia, llenya i farina"); en caso desesperado se sobrevive con coquetes fregides. El cielo de los pobres degusta casi el mismo menú, eso sí, con miel: "Anirem al cel i menjarem coquetes amb mel".
En el siglo, con horas y tres oficios se conquistaba el pan y un hogar: "el foc és mitja vida". Era la mujer sacerdotisa de la llar (el romano lararium con los lares, manes y penates; llenamos la chimenea y el aparador con fotos de los protectores familiares), la que la blanqueaba en fechas señaladas con terreta d"escurar, cocinaba, y, como altar casero, nunca la agranaba plebeyamente, la escombraba aristocráticamente. Allí el padre, madrugando más, encendía y cuidaba el fuego revitalizante, vicario, del Sol en la Tierra, y preparaba el desayuno posible: ajos y cebollas asadas entre llamas y rosques de pan tostado ante brasas con un rall d"oli novell, para seis, ochenta años. Eucaristía. El único día que no celebró, fue el de su partida.
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