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Dulce eutanasia JOAN B. CULLA I CLARÀ

Aunque la exégesis poselectoral haya desviado piadosamente su atención hacia asuntos que se suponen de mayor enjundia, el dato sigue ahí, inapelable; el 17 de octubre, Iniciativa per Catalunya-Verds (IC-V) perdió en la circunscripción de Barcelona -única donde es posible un cómputo inequívoco- el 71,5% de sus votos de 1995 (más de 196.000 sufragios) y, con ellos, el 70% de su representación parlamentaria. Si la comparación se establece con las municipales y europeas de la primavera, el descalabro bordea sólo el 50%. Y, según los minuciosos cálculos que firmaba Carles Castro en La Vanguardia del pasado lunes, las cosas no fueron mejor en el resto del Principado; la coalición entre el Partit dels Socialistes (PSC) e IC en Lleida, Girona y Tarragona no logró sumar siquiera las papeletas que ambos grupos habían obtenido por separado el 13 de junio último. Para hallar un desastre semejante es preciso remontarse al hundimiento del PSUC en las catalanas de 1984, cuando pasó del 18,7% al 5,6% de los votos, y de 25 a 6 escaños.Sin embargo, la magnitud del mismo no ha provocado reacciones mayores en la sede de la calle de Ciutat. Aplicando aquella máxima ignaciana según la cual "en tiempo de turbación, no hacer mudanza", la cúpula de Iniciativa-Verds ha cerrado filas en torno a Rafael Ribó, ha cortado de raíz el debate autocrítico que podían haber abierto los planteamientos de Pere Portabella y de Ignasi Riera y se ha atrincherado tras la tesis de que las izquierdas han logrado en Cataluña un soberbio resultado. Excelente, sí; tan bueno, que ha dejado a los ecosocialistas al borde mismo del Grupo Mixto.

En todo caso, el entusiasmo con que los dirigentes de IC-V han hecho suyo el brillante ascenso de Maragall ha tenido ya una consecuencia, tan lógica como inquietante para el futuro de aquellas siglas: a la hora de reseñar las primeras sesiones de la nueva legislatura, los medios de comunicación han hablado con toda naturalidad de los "55 votos de Maragall" frente a "los 56 de Pujol". De modo que cuando Ribó acordó con Maragall la coordinación regular entre los respectivos grupos parlamentarios, actuaba a remolque de los acontecimientos, pues la imagen pública de sus diputados se halla hoy en buena parte subsumida dentro del conglomerado del PSC-Ciutadans pel Canvi. Si hasta para Esquerra Republicana (ERC), con 12 escaños y un perfil mucho más acusado, va a ser difícil en este cuatrienio hacer una oposición que Maragall no eclipse, ¿qué no será para Iniciativa con sólo cinco actas, dos de ellas ganadas en las candidaturas socialistas?

Quizá conscientes de eso, intuyendo que les aguarda una lenta agonía, tal parece que algunos responsables de la formación poscomunista prefieran negociar una dulce eutanasia. Así cabe interpretar la noticia, que EL PAÍS adelantó el domingo, sobre los deseos coincidentes en IC-V y el PSC de una coalición plena para las generales de marzo próximo. Desde el prisma socialista, la jugada es clara; redondear una cosecha de votos ya de por sí abultada, pero sobre todo culminar la satelización de la acrisolada fuerza que les ha disputado el espacio de izquierda tradicional en Cataluña desde 1977, con el valor de ejemplo que ello pueda tener en el resto del Estado con vistas a una Izquierda Unida en previsible desbandada. En cuanto a Iniciativa-Verds, su gran problema es que con los 78.000 votos de octubre se hundiría en el pozo del extraparlamentarismo, mientras que en coalición puede salvar un escaño, tal vez dos. Claro que para los herederos orgánicos del glorioso PSUC debe de resultar humillante que se les ofrezca aparecer como independientes en listas ajenas o ser equiparados con Nueva Izquierda, el partido virtual de López Garrido y Cristina Almeida; pero, como decía el clásico, primum vivere, y además todavía está por ver lo que puede dar de sí el regateo, y las ganas que tenga el PSC de añadir ese trofeo a sus blasones...

Mientras tanto, mientras los hombres y las mujeres de Iniciativa deciden si su proyecto político diferenciado tiene aún sentido -el ex alcalde de Sabadell, Antoni Farrés, ya ha puesto en claro su posición al respecto- o si es preferible seguir difuminando gradualmente el perfil propio, de camino hacia una extinción ordenada, se diría que el vértice directivo de IC-V ha escogido como señas de identidad para los próximos meses la acritud opositora y el reproche sistemático a Esquerra Republicana. Lo primero no es ninguna novedad en boca de Rafael Ribó, pero ha resultado especialmente llamativo en el último debate de investidura: después que Pasqual Maragall desplegara sus argumentos con el derroche de fair play y de cortesía de quien se sabe la alternativa, Ribó decía algo semejante con el tono agrio de quien padece una úlcera de estómago, y se escandalizaba de las negociaciones de pasadizo como si en algún parlamento del mundo las mayorías se urdieran a gritos, de escaño a escaño.

Por lo que se refiere a los ataques y las descalificaciones contra Esquerra, éstos se realizan en nombre de un "verdadero izquierdismo" de cuyo sagrario Iniciativa guarda, al parecer, la llave. Pero, a mi juicio, la razón que los motiva es otra: cada vez que ERC se niegue a visualizar el "68-67" estará derribando el biombo tras el cual los líderes de IC camuflan su fracaso político-electoral y los mostrará desnudos, con el escueto taparrabos del 2,51% de los votos.

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