La farsa
El debate de investidura de Jordi Pujol como presidente de la Generalitat ha dejado serias heridas en la piel de la sociedad catalana, y ya se sabe que lo más profundo del ser humano y de cualquier sociedad es la piel. Los juegos de manos y de verbalidades que le han vuelto a dar el poder a Jordi Pujol, por una parte apoyado por el españolismo conservador del PP y por otra en el republicanismo independentista de Esquerra Republicana, han ido demasiado lejos. Hay ménage à trois que son una delicia, pero también los hay que transmiten el sida. De producirse nuevas elecciones autonómicas en los próximos días, la ciudadanía castigaría tanta vana palabrería, porque Pujol pregonó que jamás pactaría con el PP y nadie suponía que los votos conseguidos por Esquerra Republicana iban a sumarse, por omisión, a los del PP para apoyar a Pujol.El negocio no peligra porque, de no producirse una catástrofe en las elecciones generales de la primavera, los trucados gladiadores de la investidura disponen de cuatro años para que se olvide la farsa. Pero se va acumulando el sustrato del escepticismo con el que la sociedad civil se va cargando de razones para la abstención, resultante mucho más cómoda que la de la insumisión. El día en que la llamada sociedad civil, sociedad de consumidores de todas clases de rebajas, incluidas las rebajas de las verdades necesarias, sustituyan la tendencia a la abstención por la de la participación insumisa, la democracia va a tener que asumir nuevas formas de participación crítica.
Por el camino que vamos, pronto estaremos a la altura del mismísimo centro del Imperio, donde un 30% de los ciudadanos eligen al emperador y el 70% restante completa el espectáculo. Mientras los aparatos partidarios se sientan lo suficientemente legitimados como para seguir sumando quinquenios, se adaptarán a todo lo que signifique no perder status. Ni siquiera es importante ganar, sino mantenerse en esa posición que permite seguir gozando de la erótica del prepoder, a veces mucho más cómoda que la del poder. Hay oposiciones que se muerden la cola, como algunas pescadillas y como casi todos los círculos viciosos.
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