SALVADOR TÁVORA El teatro, la música y la muerte
S
alvador Távora ha aportado a la historia de la dramaturgia la invención del teatro andaluz. Távora y su compañía, La Cuadra, idearon un espectáculo total "cargado de cultura vivencial andaluza, reconocible y con identidad" que fue imitado formalmente en los años de la transición pero que ahora representa en solitario. El teatro andaluz de Távora es en realidad el teatro suyo, el único.
Sin embargo, como si se tratara de una norma universal, el director sevillano ha defendido durante cerca de 30 años la expansión de un teatro personal, a todas luces inimitable sin incurrir en el plagio. Palos, máquinas, sudor, muerte, cornetas, tambores, cante, baile, toros, caballos y tópicos debidamente desvirtuados son los ingredientes más significativos con que este sevillano de 66 años, criado en el barrio del Cerro del Águila, ha construido una estética personal, obsesiva y fascinante que resume todas sus vocaciones y empeños y que, por coherencia, ha desembocado en su último y controvertido montaje, Carmen, donde la muerte aparece de dos modos: fingida en el personaje principal, y auténtica en el toro que un rejoneador lidia como parte de la función.
"Si consiguiera meter a tres toros", ha reconocido Távora, "lo consideraría la culminación de un proceso de 26 años de trabajo". Lleva razón. Nada hay en su teatro que no remita su a su propia biografía. Távora fue un niño pobre que a los seis años ya había vivido una guerra. A los 14 años, en plena hambruna, ingresó como aprendiz en los talleres mecánicos de una fábrica de tejidos, donde cumplió con el oficio de soldador eléctrico.
Entonces ignoraba el aprovechamiento estético de las chispas de las soldaduras y el carácter simbólico de las herramientas, pero su memoria archivaba en secreto los detalles
Quiso ser torero y cantaor. En las tapias del matadero municipal dio sus primeros pases y más tarde, bajo el padrinazgo de Rafael Gómez, El Gallo, debutó en 17 de junio de 1951 como Gitanillo de Sevilla. La carrera, tronchada por una cogida, duró nueve años. Su final está unido a la tragedia, igual que su obra como director teatral. Távora, como sobresaliente del rejoneador Salvador Guardiola, fue testigo de cómo un toro de la ganadería de Muñoz Aguilar le destrozaba el cráneo. La muerte a estoque de aquel animal, mientras el maestro era evacuado agonizante a la enfermería, fue su despedida del oficio.
Como flamenco, Távora, siempre a la sombra del recuerdo de los "fandangos comprometidos" de El Bizco de Amate, formó parte en los 60 de algunos espectáculos itinerantes. Su reconocimiento como músico vino sin embargo una década más tarde, cuando grupos como Jarcha desenterraron viejos temas como Campesinos tristes y Segadores, llenos de complicidad social.
Después de cumplir sus dos primeras vocaciones, y renunciar a ellas antes de tiempo, Távora encontró la definitiva, la del teatro, capaz no sólo de dar rienda suelta a su inventiva y a sus idearios sociales, sino también de compendiar las anteriores: de unir toro, cante y grito bajo la lluvia luminosa y sorprendente de las chispas de los soldadures o el ruido de las máquinas o el golpe de los travesaños.
Fue el crítico José Monleón quien le propuso a finales de los sesenta formar parte del Teatro Estudio Lebrijano. En 1971 montó la primera tentativa de teatro andaluz, Quejío, que representó en un local de su barrio llamado La Cuadra. Luego, tras un éxito imprevisto, vinieron Los palos (1975), Herramientas, (1977), Piel de toro (1985), Alucema (1988), la versión escénica de la novela de Gabriel García Márquez Crónica de una muerte anunciada, hasta el Picasso andaluz o la muerte de un minotauro, de 1992 y, la más reciente versión de Carmen.
Todas estas obras, y otras más que no se citan, parten de una estética semejante, de unos orígenes compartidos. Un día propuso una utopía: reunir en La Maestranza, en una corrida nocturna, a Curro Romero y Camarón de la Isla. La utopía, fiel a su destino, no se cumplió. Camarón, enfermo, moría poco después.
¿Es imitable el teatro andaluz de Távora salvo por el propio Távora? Posiblemente no.
La lidia de un toro como parte principal de su último espectáculo, o de tres toros, como ha sugerido para el próximo, una versión del Don Juan, supone en efecto una conclusión sangrienta, dolorosa, arriesgada, la única forma de aglutinar el riesgo, la expresión y el recuerdo antiguo de la muerte.
"Existe una comunión", ha dicho, "entre el arte y la muerte en el toreo. El actor se juega la vida, roza el riesgo y crea una inquietud. Y el riesgo es primo hermano de la muerte".
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